Me paseo con interés por un estudio
de Eduardo Tijeras que se titula Pío Baroja, en el que me salen al paso
numerosas anécdotas de la magnífica Generación del 98 (¡tengo que leer muchos
más libros de esos autores!). Alguna de ellas, por su especial textura
gamberra, me ha provocado una amplia sonrisa: cuando dice con respecto a Baroja
que “Ramón María del Valle Inclán lo convenció para que asistiera con un grupo
de revoltosos al estreno de la zarzuela ‘La tempranica’. Armaron tal escándalo
que fueron detenidos y llevados a la comisaría, donde Valle-Inclán lució su
extraordinario ingenio declarándose coronel general de los ejércitos
mejicanos”. Muy propio del excéntrico gallego (y también, dicho sea de paso,
muy inesperado en el caso de Baroja: me ha costado trabajo imaginármelo con
modales de enfant terrible y dejándose llevar por pasiones brutoides).
Igual de sorprendente me ha resultado la noticia de que el escritor y
diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (cuyo nombre real se prestaba a
demasiadas bromas y juegos de palabras: Enrique Gómez Tible) desafió a duelo a
Baroja en 1913, aunque éste, por fortuna para todos, no llegó a celebrarse.
Más llamativa es la apreciación que
se lee en la página 67, cuando define a Baroja como “un narrador proteico que
no le cambió nunca la tela a su cedazo y que noveló hasta la saciedad con el
resultado”. En fin. Si la frase quería plantearse como un elogio, está
grismente formulada; si pretendía ser una crítica, me parece idiota: el creador
no tiene por qué ser un saltimbanqui que hace de cada salto un ejercicio nuevo
y mortal. Buenos estaríamos entonces.
En todo caso, este libro me ha dejado un buen sabor de boca, que agradezco a su autor.
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