Me
gusta que los autores de los que espero X me entreguen, de vez en cuando, Z. Y
me gusta, sobre todo, porque me permite ampliar el abanico de mi admiración y,
de paso, romper los clichés que he podido formarme sobre ellos. Así que, tras
la lectura de Elevación, de Stephen King (que leo en la traducción de
José Óscar Hernández, publicada por Suma de Letras), emito un suspiro de felicidad
y cierro el volumen con gratitud. ¿Se trata de un nuevo libro de terror del
maestro norteamericano? No, en este caso no. El novelista de Portland nos
acerca en sus páginas al caso de Scott Carey, un hombre de casi dos metros y
más de cien kilos, que está experimentando un proceso extrañísimo de pérdida de
peso, sin que su apariencia externa sufra mutaciones (la barriga sigue
sepultando la correa de sus pantalones). Al principio, se sospecha de un
posible caso de cáncer, pero la velocidad a la que baja la aguja en la báscula
(casi un kilo al día) desconcierta a su amigo Bob Ellis, un médico ya jubilado que
también vive en Castle Rock.
Pero
cuando el lector piensa que la trama terminará girando hacia el terror o lo
paranormal, King introduce en su novela a las vecinas de Scott, un matrimonio
de lesbianas que despiertan todo tipo de prejuicios (cuando no abiertos
desdenes) en la localidad… y la historia se desplaza en otra dirección: los
empeños de Scott por lograr que se las respete en el pequeño e intransigente
pueblecito.
¿Cómo se conjugan ambas líneas argumentales? ¿Qué papel juega en la obra una dura carrera pedestre, cuyo ganador se arroga el derecho de encender el árbol de Navidad de Castle Rock? ¿En qué punto se detendrá el peso de Scott Carey (resulta inconcebible que descienda eternamente)? Stephen King nos lleva de la mano a través de una novela intrigante, comprometida y eficaz, de intención muy probablemente simbólica, que consigue en sus páginas finales esquivar (no era fácil) el componente risible para adentrarse en la melancolía.
A mí me ha gustado.
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