Volver al
Juan Ramón Jiménez más juvenil supone llenar la tarde de luz, de madreselvas y
de sonidos musicales. Hay que aceptarlo así, sin los prejuicios y el desdén que
el mismo moguereño les dedicó a muchos de aquellos poemas iniciales, en los que
juzgó (quizá con justicia) que aún no estaba perfeccionada del todo su lengua
lírica. Baladas de primavera son apenas veintiséis poemas publicados en
el año 1907, luego reconstruidos, expurgados, tachados y vituperados por el
Gran Purista, que dedicó innumerables horas a repensarlos, a reescribirlos, a
revivirlos, hasta darles su formulación mejor. ¿Juveniles? Sí. ¿Algo
imperfectos y quizá reiterativos? Es probable. Pero qué aroma de autenticidad
emocionada recorre sus líneas.
Escribió
el maestro onubense que “estas baladas son un poco esteriores; tienen más
música de boca que de alma”, y quizá sea cierto. Pero cuando nos dice que “Dios
está azul”, cuando nos explica que la amapola es “sangre de la tierra”, cuando
le dedica un poema triste a la primera novia, cuando le canta a una mujer
“morena y alegre” (que no es otra sino la gitanilla cervantina) o cuando nos
regala su balada de los tres besos, comprendemos que aquí ya estaba palpitando
la voz germinal de un alto vate, eclosionando en músicas y adjetivos, en
exclamaciones y puntos suspensivos, en sinestesias y encabalgamientos.
Volver a Juan Ramón Jiménez siempre es una buena idea. Una excelente idea, de hecho.
1 comentario:
Más música de alma que de boca...¿Como no caer rendidos ante el poeta?
Feliz Año Nuevo 🎋🎊🎈🥳
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