Me vuelvo a dar un paseo por un estupendo libro de relatos que
leí hace quince años y que ahora refresco con placer. Se trata de Estaciones de paso, de Almudena Grandes.
En “Demostración de la existencia de Dios”, la escritora juega con el lenguaje
y las emociones juveniles de un chico que ha perdido a su hermano, víctima del
cáncer; “Tabaco y negro” narra la historia de una chica, nieta de un prestigioso
sastre taurino, que tiene el don de descubrir el color que dará suerte y fama a
los diestros; “El capitán de la fila india” acude a los años de la transición
democrática, para contarnos una historia (algo anodina, creo) de
claudicaciones; “Receta de verano” es la iniciación gastronómica (y a la vez
sentimental) de una joven que vive momentos difíciles; y “Mozart, y Brahms, y
Corelli”, con la que se cierra el volumen, mezcla la música, los complejos de
un adolescente y la sensual humanidad de una prostituta.
En todos estos relatos (casi novelas cortas), Almudena Grandes
realiza una disección finísima del alma de sus personajes, a quienes nos parece
conocer o reconocer gracias a la solidez de su dibujo: los convierte en seres
tan vivos que se incorporan a nuestra imaginación de forma perenne.
Son cinco propuestas que, exceptuando la tercera, que me ha gustado un poco menos, me recuerdan lo fascinante que me parece la prosa de esta madrileña, a la que sigo con auténtico interés desde hace años y cuyos libros irán entrando, uno detrás de otro, en mi blog.
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