Adviertes que un narrador ha alcanzado un punto óptimo de
maduración cuando, leyendo sus páginas, compruebas que se siente cómodo. Es decir, que fluye con
naturalidad, sea cual sea el tema o textura del relato que pretende exponer
ante nuestros ojos. Y Andrés Neuman, en Alumbramiento,
parece estar muy cómodo. Es una sensación que percibo tanto en los relatos más
extensos (que aparecen en la primera parte del volumen) como en los apuntes más
juguetones, más libres, más breves, que se condensan en la zona final.
En virtud de ese aplomo, los lectores asistimos a una
ceremonia de lectura y de escucha sumamente placentera, en la que nos dejamos
seducir por el ritmo narrativo del escritor bonaerense, que nos habla de partos
donde se invierten los papeles tradicionales (es el hombre quien está gestando
a la criatura, y se encuentra a punto de darla a luz), de mujeres hastiadas que
trazan rayas en la arena de la playa y exigen a su pareja que no las traspase,
de niños que ignoran la malicia y asisten sin advertirlo a una infidelidad
conyugal de su padre, de púgiles que extreman la parte estética de sus
actuaciones, de intercambios epistolares en los que burbujea la mentira y el
malentendido… o de oficinistas que acuden a su trabajo sin que ropa alguna los
tape.
Establecido el pacto con los lectores, Neuman lo amplía
sacándonos a colación a Gombrowicz o Queneau, haciéndonos sonreír con historias
traviesas de poemas que son traducidos de forma inesperada, explicándonos la
tristeza que atraviesa al escritor minusvalorado por el editor o regalándonos
varios dodecálogos sobre el cuento.
Literatura variada, poliédrica, pulposa, esmaltada con solidez por un narrador de primera fila.
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