Los pueblos pequeños son muy productivos para los poetas,
puesto que les proporcionan silencio, paisaje y calma para escribir. Pero, a la
vez, pueden convertirse en auténticas trampas mortales para ellos, porque les
secuestran el reconocimiento más amplio que les podrían regalar sus semejantes,
en forma de aplauso. ¿Cuántos finos estilistas o elegantes autores de versos se
habrán diluido en el silencio de la aldea? ¿De cuántos eficaces narradores no
nos habrá llegado noticia, por haber vivido en lugares sin tradición cultural,
que no les ofrecían posibilidades para su asentamiento y difusión?
Por fortuna, no todas las voces que surgen en localidades
pequeñas están condenadas a la sepultura cruel del silencio, porque el poeta
que las alienta tiene la suficiente energía como para liberarse de los
estrechos márgenes del pueblo natal (sin renunciar a él) y porque hay
estudiosos que, con sus análisis y su labor crítica, contribuyen a la difusión
de esta voz.
Es el caso del poeta de Las Torres de Cotillas Salvador
Sandoval López, que vio su vida y su obra diseccionadas con extremada minucia y
con excelente amenidad por la profesora Mª Ángeles Moragues Chazarra, en un
libro bellamente ilustrado por Pedro Serna y que se completa con un breve y
delicado conjunto de fotografías. Se nos habla aquí de un hombre nacido en
1928, maestro vocacional, corresponsal de prensa y profesor de latín en sus
ratos libres, que sólo se animó a dar a conocer sus primeros poemas gracias al
consejo del gran Francisco Sánchez Bautista. Un hombre sencillo, alejado de
todos los estruendos de la fama; que siempre nos ha hablado en sus poemas del
ayer y de su pueblo (sus dos núcleos temáticos de mayor envergadura, según
indica la autora del estudio); y que fue cosechando galardones por su obra, con
lentitud y firmeza. Primero obtuvo el premio “Polo de Medina” en el año 1972
por su obra Descendamos al valle;
luego, el premio “Albacara” de 1986 por Maizales
y retamas; y además un elevado número de premios (dentro y fuera de Murcia)
a poemas sueltos, que la doctora Moragues enumera con escrúpulo entre las
páginas 62 y 71 del tomo.
La obra, respetando el espíritu del poeta analizado, está
escrita con una difícil sencillez porque, sin abandonar la elegancia de la
expresión ni el rigor de los conceptos, no incurre jamás en arideces
filológicas. Y otro detalle que convierte esta obra en un volumen de inusual
factura es la sinceridad con que la profesora Mª Ángeles Moragues aborda el
análisis del escritor torreño. Cuando ha de ser laudatoria, lo es; pero cuando
se impone el señalamiento de una obra menor, también lo hace, sin que le
tiemble el pulso ni se sienta inclinada a la mentira o la disculpa. Y eso honra
a la investigadora, porque nos facilita la labor de creer en sus palabras. Así,
por poner dos únicos ejemplos, cuando alude al himno que Salvador Sandoval
López escribió en 1989 para san Onofre y san Antonio, por encargo del sacerdote
de Alguazas, nos dice que “no es, precisamente, el más conseguido si se valora
desde la perspectiva poética” (p.53); o cuando nos menciona el pregón de Semana
Santa que el poeta de Las Torres de Cotillas compuso y declamó en mayo de 1990
en la iglesia de Nuestra Señora de la Salceda, y nos susurra que “en esta
ocasión el verbo claro de Salvador no fue tan afortunado” (p.60).
Una ocasión, pues, excelente, para acercarnos al mejor conocimiento de la obra de este escritor, cuya obra (y son palabras de la profesora Mª Ángeles Moragues) “forma un todo unitario como si de unas memorias se tratara, como si fueran una novela versificada en la que el protagonista es el propio poeta” (p.49).
1 comentario:
No conocía a Salvador Sandoval. Gracias a tu reseña y a la autora de este libro, claro, sé de su existencia. Buscaré sus versos por librerías y bibliotecas para así mejor comprender lo que dices en la reseña. Pero sobre todo porque me apetece conocer al poeta torreño.
Buenos días, Rubén.
Saludos
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