Creo que una de las grandes demostraciones de habilidad y
solidez por parte de un escritor es la creación de atmósferas: la manera en que
consigue instalarnos en un escenario
especial, distinto, que fija sus propias reglas. En La ternura del dragón, el zaragozano Ignacio Martínez de Pisón
consigue ese objetivo arduo y majestuoso desde las primeras páginas: vemos
entrar a Miguel, un niño que se encuentra enfermo y que, tras abandonar las
dependencias del internado donde estudia, se instala en la casa de sus abuelos
paternos para curarse. Allí descubre un universo anómalo, fabricado de
silencios, habitaciones clausuradas, misterios del ayer que no terminan de
iluminarse, personajes curiosos que entran y salen (las tertulias que organiza
el abuelo, con su aire decimonónico, lo sorprenden de forma especial), doblones
de oro que su abuela le entrega a cambio de que rece sus oraciones y un
asombroso pájaro al que alimenta en la Zona Deshabitada (un salón en penumbra,
lleno de cachivaches y sorpresas).
Miguel descubre pronto que su padre fue un muchacho exaltado y
justiciero, que se enfrentó a la dictadura y pagó con su vida tal demostración
de arrojo; que su madre es una periodista que siempre se encuentra de viaje en
algún lugar alejado del planeta; que su abuelo fue amigo personal de Federico,
un poeta al que asesinaron al comienzo de la guerra civil; que el médico que lo
atiende parece empeñado en amargarlo, con sus continuas prescripciones de
reposo; que su primo Agus, que lo visita casi a diario, padece un leve retraso
mental, que en ocasiones lo torna desvalido y en ocasiones insufrible; y que su
abuela, además de una mujer extraordinariamente religiosa, es una amante de las
flores.
Lentamente, mientras lee tebeos de Tintín, explora la casa y
espía los manejos de la sirvienta, Miguel irá descubriendo oscuros episodios
que le irán revelando que la verdad no siempre es transparente y que todos
escondemos pliegues oscuros, cuyo descubrimiento puede resultar traumático.
En una casa que es caldo amniótico y también selva, rodeado
por personajes que le ofrecen múltiples perfiles del inabordable ser humano,
Miguel terminará por abrir los ojos a un mundo que no era tan hermoso ni tan
idílico como él anhelaba.
Con esta espléndida obra juvenil (la escribió con 23 años), Ignacio Martínez de Pisón obtuvo el premio Casino de Mieres del año 1984.
1 comentario:
Tiene buena pinta. Va directamente al listado de lecturas a buscar para las vacaciones (veremos de qué año 🤦).
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