domingo, 4 de abril de 2021

La ternura del dragón

 


Creo que una de las grandes demostraciones de habilidad y solidez por parte de un escritor es la creación de atmósferas: la manera en que consigue instalarnos en un escenario especial, distinto, que fija sus propias reglas. En La ternura del dragón, el zaragozano Ignacio Martínez de Pisón consigue ese objetivo arduo y majestuoso desde las primeras páginas: vemos entrar a Miguel, un niño que se encuentra enfermo y que, tras abandonar las dependencias del internado donde estudia, se instala en la casa de sus abuelos paternos para curarse. Allí descubre un universo anómalo, fabricado de silencios, habitaciones clausuradas, misterios del ayer que no terminan de iluminarse, personajes curiosos que entran y salen (las tertulias que organiza el abuelo, con su aire decimonónico, lo sorprenden de forma especial), doblones de oro que su abuela le entrega a cambio de que rece sus oraciones y un asombroso pájaro al que alimenta en la Zona Deshabitada (un salón en penumbra, lleno de cachivaches y sorpresas).

Miguel descubre pronto que su padre fue un muchacho exaltado y justiciero, que se enfrentó a la dictadura y pagó con su vida tal demostración de arrojo; que su madre es una periodista que siempre se encuentra de viaje en algún lugar alejado del planeta; que su abuelo fue amigo personal de Federico, un poeta al que asesinaron al comienzo de la guerra civil; que el médico que lo atiende parece empeñado en amargarlo, con sus continuas prescripciones de reposo; que su primo Agus, que lo visita casi a diario, padece un leve retraso mental, que en ocasiones lo torna desvalido y en ocasiones insufrible; y que su abuela, además de una mujer extraordinariamente religiosa, es una amante de las flores.

Lentamente, mientras lee tebeos de Tintín, explora la casa y espía los manejos de la sirvienta, Miguel irá descubriendo oscuros episodios que le irán revelando que la verdad no siempre es transparente y que todos escondemos pliegues oscuros, cuyo descubrimiento puede resultar traumático.

En una casa que es caldo amniótico y también selva, rodeado por personajes que le ofrecen múltiples perfiles del inabordable ser humano, Miguel terminará por abrir los ojos a un mundo que no era tan hermoso ni tan idílico como él anhelaba.

Con esta espléndida obra juvenil (la escribió con 23 años), Ignacio Martínez de Pisón obtuvo el premio Casino de Mieres del año 1984.

1 comentario:

Aurora Carrillo dijo...

Tiene buena pinta. Va directamente al listado de lecturas a buscar para las vacaciones (veremos de qué año 🤦).