José María Merino es uno de los mejores narradores vivos con
los que cuenta España. Partiendo de ese punto (que para mí admite poca
discusión), lo normal es que cualquier libro suyo que se decida leer depare
felicidad al lector. Así me ha ocurrido con estos Cuentos del libro de la noche (Alfaguara, 2005), una generosa
colección de 85 historias breves con la que he pasado unas horas deliciosas,
gracias a la versatilidad, el humor, la brillantez léxica y el dominio
literario del escritor gallego.
En pocas líneas (es raro el cuento que sobrepasa las dos
páginas), nos habla de la existencia de un mundo en sombra, que cohabita con el
nuestro y que acaso lo complementa (“Página primera”, “Las doce”); nos
sorprende registrando el modo en que nuestra imagen en el espejo se rebela
contra nosotros y nos lanza su desprecio (“Divorcio”) o la forma en que nos
regala imágenes inquietantes que no resulta fácil admitir (“Andrómeda”); nos
atasca la garganta explicándonos el modo truculento en que una obsesión puede
sobrepasar los límites (“Simetría bilateral”); nos regala actualizaciones dislocadas
de mitos clásicos (“La vuelta a casa”); nos hace pasar de la angustia al humor
en cuestión de segundos (“Mosca”); nos pone ante los ojos la posibilidad
angustiosa de que todas las personas a nuestro alrededor comiencen a expresarse
en un idioma que no entendemos, durante una jornada fantasmal (“Los signos
ordinarios”); nos eriza la piel hablándonos de los extraños animales que pueden
asaltar al solitario ocupante de un vagón de metro, en plena noche (“Madrugada”);
o nos presenta un relato tan maravilloso como “Cuento de hadas”, que combina el
azúcar y las lágrimas para resumirnos la más increíble de las historias de
amor.
El que sabe, sabe. Y José María Merino sabe muchísimo. Es un maestro.
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