Desde que en 1995 se diera a conocer con su libro de cuentos El intruso, Pascual García no ha cesado
de publicar libros espléndidos, pulsando teclas muy distintas (relato, novela,
poemas, artículos periodísticos, ensayos). Y experimento un gran orgullo al
decir que he ido leyéndolos por orden cronológico y cuando aún estaban
calentitos en la mesa de novedades y en los escaparates de las librerías.
Revisando el archivo de este Librario íntimo me he dado cuenta
de que faltaba por anotar el volumen El
secreto de las noches, que Los Libros de la Frontera le publicó en 2007 y
que reseñé inmediatamente en el periódico El Faro. Copio en la pantalla lo que
expuse en aquella hoja, ya amarillenta:
“Veintiséis cuentos componen esta nueva entrega de Pascual García, y creo que conviene destacar tres detalles del conjunto. El primero, que el autor continúa ambientando la mayor parte de sus historias en Puerto Errado y Los Olmos, lugares que ya aparecían en su primer libro de cuentos y que no solamente son entornos, sino que constituyen auténticos paisajes psicológicos. Es decir, que no se trata de meras poblaciones ficcionales, creadas para situar en ellas historias con un cierto carácter unitario, sino que conforman la idiosincrasia de sus pobladores. Puerto Errado y Los Olmos son atmósferas, más que simples acumulaciones de casas: oprimen, encauzan, determinan las acciones de sus habitantes. Se erigen no tanto en zonas míticas como en zonas místicas. El segundo detalle son los minuciosos, subyugadores análisis que Pascual García ejecuta sobre sus criaturas, unos seres que expían culpas, que se rinden a las imposiciones de la adversidad, que aceptan la tristeza como un estigma y que se refugian en la soledad como quien construye un iglú alrededor del corazón o de la esperanza. Admirables me han resultado, en este sentido, los personajes de Águeda (“Dormir con ella”), Teresa (“Únicamente ella”) o los desgarros íntimos del sacerdote don Olegario y de la abnegada Cándida (“El amor no pasa nunca”), por sólo citar cuatro casos de un libro que contiene muchos más. El tercer detalle se deriva de los anteriores y afecta al carácter de todos los personajes de este libro: son seres que piensan, reflexionan, monologan… pero que apenas hablan entre sí. No comparten sentimientos con los demás. No saben hacerlo. Son moluscos emocionales. Leemos en cursiva (esas cursivas geniales del narrador de Moratalla) sus palabras silenciosas, las palabras que no pueden comunicar a otros seres tan aislados como ellos y cuya pronunciación raramente aciertan a entonar. Tal vez el frío (otro gran protagonista de la obra) no sólo congele las cosas, sino también a las personas”.
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