Vuelvo al teatro de Antonio Buero Vallejo para conocer los
entresijos de su obra El terror inmóvil,
en la edición que preparó el profesor Mariano de Paco para la universidad de
Murcia en el año 1979.
He conocido en sus páginas la historia de Álvaro, un hombre
taciturno que, tras su boda con Luisa, vio nacer a un hijo indeseado. Casi de
inmediato descubrimos que él, realmente, a quien amaba era a su actual cuñada
Clara, casada ahora con el fotógrafo Regino. Luisa no desea otra cosa que hacer
feliz a su marido, y parece dispuesta a transigir con todas sus extravagancias
y a aceptar todas sus coces (que no son pocas ni suaves); pero una de ellas le
duele de manera especial: que su esposo muestre tan poco amor por su hijo y que
lleve esa animadversión hasta el punto de no dejar que al bebé le hagan
fotografías. Cuando la criatura ya se ha convertido en un niño, su salud (más
bien quebradiza desde su nacimiento) se acaba; y el chico muere. Álvaro,
perturbado entonces por una especie de locura furiosa, se hace una fotografía
con él muerto en brazos.
Siendo sinceros, la trama es bastante simple y de corto
alcance; y solamente la destreza escénica del autor de Guadalajara mantiene
viva la obra. Aporta algunos instantes emotivos y de buena densidad
psicológica, pero en su conjunto no se trata de una de las obras mayores de
Buero.
Tosamos con discreción y pasemos a otro asunto.
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