martes, 27 de abril de 2021

El Apocalipsis

 


De vez en cuando (muy de vez en cuando) aparecen libros que se salen de la norma, y que conmueven los cimientos mentales del lector, obligándolo a mirar las cosas de otro modo, a sentirlas de otro modo. Así ocurre con este delgado volumen que en 2007 le publicó la Editora Regional de Murcia a Antonio Llorente Abellán. El tomo se concibe (según nos pregona la contraportada) como las “memorias de un recluso”. Y sin duda es verdad, pero siempre que entendamos que los barrotes de esa celda son los huesos mismos del autor, que mira de forma implacable el mundo que lo rodea y que lo analiza con lucidez y desgarro, llegando a dibujarle interrogaciones a todas las presuntas certezas de un entorno que nos cerca ebrio de satisfacciones espurias marcadas con código de barras (“La alegría la venden en cualquier supermercado”, p.32).

Quizá –piensa el narrador– sea necesaria una demolición de todos los asideros, porque todos nos deslizan conformismos sedantes. Quizá nuestro alrededor no sea otra cosa que un oficio de tinieblas, y que sólo cuando apagamos la luz (esa luz externa y mentirosa) descubrimos el artificio y sentimos el impulso de llorar, de emprenderla a golpes contra la Gran Impostura. Apenas arañamos la superficie de las cosas, salta su pintura tenue y vislumbramos el óxido profundo, latente, áspero, frío, existencial, que se pudre debajo, como cuando Jean-Paul Sartre constataba en su novela La náusea que el auténtico mar no es verde, ni azul, sino que es negro y está habitado por animales repulsivos. Y en esta aventura, el narrador (y todo aquel que desee enfrentarse con rigor y con valentía a los huracanes) sabe que tiene que mantenerse firme, sin permitir que los cantos engañosos de las sirenas le hagan torcer el rumbo. La pátina coloreada que observamos puede ser hermosa, sin duda, pero esconde un fingimiento que no debe calar en nosotros (“Quisiera creer en la verdad de las máscaras, pero sólo creo en la cera que se derrite, en la vela que se apaga”, p.46).

Antonio Llorente (Cartagena, 1969) lanza zarpazos y exige respuestas. Éste es un libro para seres pensantes.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Los barrotes de esa celda son los mismísimos huesos del autor... La obra será buena, tus impresiones magníficas 😉💋