Siempre he pensado que los buenos cuentistas son los que
actúan con mentalidad de “acomodadores”. Es decir, aquellos que te indican en
qué localidad debes sentarte, y te guían hasta ella con movimientos de luz o de
la mano. Parece una actitud pequeña o prescindible, pero si lo pensamos con un
poco de calma su aportación es trascendente: del sitio donde esté colocada
nuestra butaca depende que veamos más o menos el escenario, que la luz nos
llegue más o menos nítida, que el sonido se escuche mejor o peor. El
cuentista-acomodador (e insisto en que se trata de un elogio) nos pone la
silla, nos invita a sentarnos y, con esa delicada ceremonia, nos aporta o
sugiere un ángulo de mirada, una perspectiva.
En el volumen Te espero
dentro, que la editorial Destino le publicó al barcelonés Pedro Zarraluki,
advierto esa virtud en altísimo grado. El autor, habilidoso y tenue, organiza
siempre los materiales narrativos para que los lectores recibamos el ángulo más
plausible de su historia y avancemos por el libro con admiración creciente.
Así, nos encontramos con Antonio, un padre que descubre una forma distinta de
ver a su hija adolescente (“Con los ojos cerrados”); con Sonia, que trabaja en
el Teléfono de la Esperanza a pesar de que su vida es caótica, triste y
desalentadora (“En espera del milagro”); con Pablo y Elena, dos gemelos que se
inician en el sexo de una forma inesperada (“Yo sé que están buscando a un
loco”); con Claudia, una joven que se termina apartando de su desatenta pareja
y vuelve con sus padres (“La niña vuelve”); y con toda una serie de personajes
que podrían ser nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de
trabajo: el chico que quiere tener una experiencia de sexo anal con su novia,
el divorciado dueño de un restaurante que invita a una prostituta a un
bocadillo, la viuda reciente que no termina de encontrarle sentido a continuar
viviendo…
Zarraluki logra, con mecanismos variados y siempre certeros, que los lectores no apartemos los ojos de sus relatos. Y conseguir ese objetivo sin fisuras está sólo al alcance de los mejores cultivadores del género.
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