sábado, 17 de abril de 2021

Ocho cuentos de azufre

 


He cumplido 55 años y me leo mi primer libro de Álvaro Pombo. Podría ser fruto de una casualidad, que nos coloca arbitrariamente a los autores delante de los ojos y nos revela (o nos hurta) su conocimiento. Pero en este caso no ha sido así: se ha tratado de una preterición deliberada, que paso a explicar… Cuando era un joven estudiante de Filología acostumbraba a comprar revistas literarias, para estar al tanto de la literatura que se estaba haciendo en España y en el resto del mundo, más allá de los Quevedo, Lope, Cervantes o Mariano José de Larra que nos eran explicados en las aulas. Y en una de esas revistas me encontré con una entrevista a Pombo, en la que afirmaba que tenía una prosa de bachelor of arts porque lo era, y en la que posaba en varias imágenes displicentes, con la boca fruncida y el gesto desabrido. Automáticamente, me cayó mal y lo relegué al cajón polvoriento de los autores que no pensaba leerme.

Treinta y cinco años después, me planteé quebrantar esa decisión y puse mis manos sobre Ocho cuentos de azufre, una obra en la que me sumergí (no habré de negarlo) con sólidas suspicacias. Y los tres primeros relatos me sorprendieron con citas en francés, inglés, portugués y latín, además de la mención de los nombres de Isherwood, Hegel, Diego Rivera, Orozco, Siqueiros, Leibniz, Ortega y Gasset, Antonio Machado, Julio Verne, Octavio Paz, Fernando Pessoa, Mallarmé, Valéry, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Aristóteles, Heráclito o Freud (la cita no es completa: hago gracia de los demás). Pero me dije que, puestos a leer el libro, lo iba a leer entero… Y fue una decisión gratificante, porque a partir de la cuarta historia Pombo rebaja ese tono culturalista y ofrece a los lectores unos relatos muy interesantes, protagonizados por primos inseparables, vecinas que languidecen durante décadas en un piso minúsculo, un joven rumano que vive en el filo de la legalidad, un seminarista cuya madre cifra en él todas sus esperanzas para la vejez o mujeres tan fascinantes o turbias como Graziella Solomon.

Se trata de un autor exigente, dueño de una prosa espesa, en ocasiones ardua o con ramificaciones filosóficas, pero de notable espesor comunicativo. Para nadar en ella no basta con mover los brazos, como ocurre en Azorín, Baroja o Delibes. Aquí es necesario emplear la musculatura y concentrarse. De lo contrario no se avanza, y puede llegar el tedio. El estilo de Pombo (y lo reconozco con tanto bochorno como humildad) es más interesante de lo que podía sospechar. Lo he descubierto a tiempo.

2 comentarios:

Luisa HD dijo...

Pues me alegro, Rubén. A mí me gusta hace tiempo.

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

35 años son casi una vida entera para algunos, muchos años para todos.
Ni lo descarto ni me lanzo a descubrirlo, el tiempo y las ganas dirán 🙄😁💋