viernes, 3 de enero de 2025

La abadesa de Crewe

 


Desdichadamente, la actualidad nos ha habituado a recibir constantes noticias sobre casos de corrupción en gobiernos, empresas, instituciones o partidos: la persona poderosa que utiliza mecanismos fraudulentos para alcanzar la cúspide; el diputado venal, que accede a recibir sobornos o prebendas para decantar su voto; el responsable político (desde el concejal o el alcalde hasta el ministro) que está dispuesto a ver con buenos ojos ciertas concesiones millonarias a cambio de una suculenta comisión… Imagino que no resultará necesario que enumere más indignidades de este tipo, porque ustedes las conocen, por desgracia, igual que yo. Pero déjenme que los sorprenda, de la mano de Muriel Spark: imaginen que esas abominables prácticas ocurren en un entorno tan insospechado como una abadía femenina. Porque ese es el asunto central sobre el que se teje la historia de esta novela. En Crewe (situada en el condado inglés de Cheshire) se yergue una singular institución religiosa, dominada por la altiva y ambiciosa Alexandra, que ha ido creando en su seno una red inaudita de irregularidades: micrófonos que graban las conversaciones privadas de sus religiosas, cámaras que registran los movimientos y acciones de sus integrantes… Ese control omnímodo, que la gélida Alexandra ejerce con el auxilio de sus fieles Walburga y Mildred, comenzará a resquebrajarse cuando la rebelde Felicity, que optaba a ser también abadesa y que intuye que perdió las elecciones de forma injusta, por las añagazas torticeras de Alexandra, se alce contra esta y atraiga la atención de la prensa, de la televisión y de las autoridades eclesiásticas. Es verdad que ella tampoco es precisamente un ejemplo de virtud (ha estado manteniendo relaciones sexuales con un joven jesuita), pero consigue que el escándalo alcance dimensiones inquietantes.

Con esta novela-metáfora, que traduce Lucrecia Moreno de Saénz para Editorial Sudamericana, Muriel Spark (Edimburgo, 1918) nos propone una situación que, bajo su apariencia inofensiva, encubre pólvora a raudales, porque desenmascara la mezquindad que corre, “como un río de serpientes” (aprovecho el sintagma de Julio Cortázar), bajo la piel de nuestra sociedad. Tan sugerente como ácida.

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