Ya
desde las primeras páginas se descubre que La llave (novela de Junichiro
Tanizaki que traducen Keiko Takahashi y Jordi Fibla para el sello Siruela)
plantea una situación tan curiosa como perturbadora: un marido de edad avanzada
y salud quebradiza lleva un diario donde va anotando las zozobras sexuales con
su esposa Ikuko, a la que desea ver completamente desnuda y de quien espera una
conducta erótica algo más (mucho más) excitante. Para eso, no duda en ponerla a
prueba dejando que el joven Kimura, candidato oficial a la mano de Toshiko, la
hija de Ikuko, cene en su casa, mientras deja que la esposa tome más alcohol
del habitual. Lo que no estaba previsto, en principio, es que Ikuko también
estuviera escribiendo su propio diario, donde registra su paulatina
claudicación ante el fogoso y atractivo Kimura. De tal modo que los lectores
tenemos acceso a esa situación ambigua, sensual y atípica, contemplándola desde
dos puntos de vista. Ese juego, tan indecoroso, alcanza extremos inesperados
cuando descubrimos que tanto Ikuko como su marido están leyendo a escondidas el
diario ajeno.
Juguetón en el planteamiento, Tanizaki va poco a poco desvelándonos sus cartas para conducirnos por un sendero ciertamente incómodo: el que nos lleva a convertirnos en cómplices indirectos de una trama en la que sentimos la fiebre del adulterio en nuestras propias mejillas. Tan sofocante como habilidoso.
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