Muy
pocos dramaturgos podrían haber abordado el tema de esta comedia con la
maestría con la que lo hace Edgar Neville, barajando naipes de humor y naipes
de seriedad. Por eso, La vida en un hilo (la deliciosa pieza que me
regalaron Kepa y Contxu estas Navidades) se lee con tanto agrado y deja tan buen
poso en los ojos y en el corazón. La síntesis (injusta y boba, como todas las
síntesis) podría hablarnos de una viuda reciente (Mercedes) que, golpeada aún
por la vida de aburrimiento y provincianismo pacato que ha vivido junto a
Ramón, su marido ingeniero, escucha de labios de una vecina que, si hubiera
elegido a Miguel Ángel (al que conoció el mismo día que a su esposo) habría
sido mucho más feliz, porque aquel chico (escultor alocado) era su complemento
perfecto. Esa revelación sirve a Neville para plantearnos una acción duplicada,
donde asistimos a escenas de la vida de Mercedes con Ramón… y a escenas
posibles de Mercedes y Miguel Ángel (lo que fue y lo que pudo haber sido). Ese
panorama bifronte dibuja dos mundos radicalmente opuestos: el de Ramón le
deparó visitas rancias, conversaciones chatas, audiciones musicales
insufribles, madrugones absurdos, mal gusto en la decoración y costumbres
apolilladas e hipócritas; el de Miguel Ángel, en cambio, se muestra lleno de
colores, improvisación, felicidad y diálogos surrealistas (donde Edgar Neville
incrusta de continuo esas perlas humorísticas que tanto me gustan: “Ahora
anochece en cuanto se hace de noche”. “¿Ha visto usted una cosa más fea que un
pie? Parece que se ha muerto antes que nosotros”. “Este es el estudio de un
escultor serio. Cuando hago la figura de una señorita, siempre pongo a su lado
la figura de su madre”).
¿Se trata de una pieza simpática? Sin duda. ¿Se trata de una pieza frívola? Ni de lejos. Lo que el dramaturgo madrileño plantea, de fondo, es una interrogación profundamente cabal e inquietante: ¿cómo podemos estar seguros de que, a la hora de elegir, lo hicimos bien? ¿Había una dicha más elevada esperándonos y no fuimos capaces de verla? ¿Erramos al torcer por el sendero A, ignorantes de que el B nos hubiera conducido a lugares más esplendorosos? Muchas personas se niegan a formularse esas preguntas, por considerarlas inútiles. Pero la literatura nunca es inútil. Y Neville nos lanza su reto, con una sonrisa.
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