domingo, 26 de enero de 2025

El billete de 1.000.000 de libras

 


Dos hermanos sumamente excéntricos y adinerados entablan una apuesta sobre el modo en que actuaría una persona inteligente, honrada y pobre si, de pronto, recibiera un billete por valor de un millón de libras. ¿Podría sobrevivir, aunque le resultara imposible cambiar esa fortuna? ¿O, por el contrario, todas aquellas estrategias que idee para utilizar el billete lo condenarán a la desconfianza y el hambre? Esta situación, que al anonadado protagonista (Enrique Adams) se le antoja “un juego, un plan o un experimento” (p.24), comienza para su sorpresa cuando no le quieren cobrar en el sitio donde come, ni tampoco en el sitio donde adquiere un traje o en el hotel de Hanover Square donde se hospeda. Todos dan por hecho que, poseedor de ese billete, ha de ser un millonario excéntrico, al que conviene agasajar y del que procede fiarse. Incluso el embajador norteamericano (que es la nacionalidad que ostenta el narrador) lo invita a un suntuoso banquete, tras descubrir que fue amigo de juventud de su padre; allí conoce a la dulce señorita Langran, de la que se enamora instantáneamente. El protagonista, no obstante, mantiene la cabeza fría frente al enloquecido trato de sus semejantes (“Esto no era cobrar fama, sino simplemente notoriedad”, p.36). Y, como bien diría la sin par Mayra Gómez Kemp, hasta aquí puedo leer.

Con su gracia habitual, Mark Twain compone en esta novela corta (que leo en la traducción de Amando Lázaro Ros, en la editorial Menoscuarto) un relato donde se retrata estupendamente al género humano, capaz de todos los servilismos y de todas las hipocresías cuando se enfrenta al tema del dinero.

Revelador.

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