Uno
de los regalos que Papá Noel deslizó por la inexistente chimenea de nuestra
casa fue la novela juvenil Cuando se apagan las luces, de Care Santos. Y
vino a caer en el calcetín de mi hijo Álvaro, quien abrió de inmediato sus
páginas y no la soltó hasta la noche. Esa lectura de un tirón, con las únicas
pausas de la comida y la merienda, se resumió en un veredicto fervoroso:
“Tienes que leértela, papi. Me encanta. Es buenísima”. Comprenderán ustedes que
a un hijo dominado de tal forma por el entusiasmo hay que prestarle crédito,
así que con ella me puse. Y, aunque el recorrido por sus capítulos no me supuso
ninguna sorpresa (he leído muchos libros de Care), comparto la fascinación de
mi hijo.
Buena
manejadora de los resortes novelescos, y con un importante oficio a sus
espaldas, la autora barcelonesa nos va llevando de la mano por una historia
que, paulatinamente, se va llenando de intriga y de misterios. ¿Quién es el
extraño chico al que un autobús escolar en viaje de estudios encuentra de noche
en una gasolinera, aparentemente perdido? ¿Por qué contesta con evasivas cuando
se le pregunta por la razón de encontrarse de madrugada en un sitio tan
inhóspito? ¿Por qué lleva los bolsillos llenos de hojas secas? ¿Por qué olfatea
como un animal las pertenencias de una de las alumnas? ¿Por qué, cuando el
novio de la chica se dispone a golpearle, se apagan de pronto todas las luces
del hostal y se declara un incendio? Dice llamarse Daniel López Sust, pero en
el instituto del que afirma proceder (lo certifica por teléfono la jefa de
estudios) no hay ningún alumno con ese nombre. Entonces, ¿quién es, en
realidad, y qué pretende?
Una
historia donde la fantasía, lo posible-imposible, los escalofríos y algunos
temas cruciales para el mundo de la adolescencia (la música, la identidad
sexual, la pertenencia al grupo) ocupan un importante lugar.
Regálensela a su joven lector o lectora. Se lo agradecerá.
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