Voy
a comenzar este comentario recordando unas palabras de Julio Llamazares, quien
afirmó en uno de sus libros que los lectores somos “amigos inseparables y
necesarios de los escritores, pues es a ellos a quienes escribimos, aunque
pensemos que estamos solos en el planeta mientras lo hacemos”. Esta frase me
proporciona la excusa idónea para afirmar que, sin haberlo visto ni una sola
vez en persona, ni haber hablado con él, yo me considero amigo de César
Mallorquí. Y uso la palabra “amigo” con humildad, con un poco de bochorno y con
mucha felicidad, porque lo leo desde hace años, lo admiro desde hace años; y
desde hace años ha estado, sin saberlo, contándome historias con su voz de
tinta. Solamente un amigo paciente y amable haría eso. Y créanme que para mí es
un honor seguir sus obras desde aquí, desde el otro lado, desde el sillón
anónimo y agradecido de mi casa.
En
esta ocasión, he disfrutado de la historia (densa, intrigante, poliédrica) que
se incluye en La fraternidad de Eihwaz, que podría haber sido (y hubiera
resultado bastante) una novela sobre nazis nostálgicos, que se instalan en un
pequeño pueblecito de la costa gallega para recuperar la asombrosa carga de un
submarino hundido al final de la Segunda Guerra Mundial; pero que, lejos de
conformarse con esa línea, incorpora otras igual de potentes y de
espectaculares, como la existencia de un crómlech a través del cual personas y
objetos viajan en el espacio y en el tiempo, permitiendo que varias historias
circulen en paralelo, y de vez en cuando se crucen, se mezclen o colidan. Discúlpenme
que no aporte más detalles. Sería como robarles a ustedes el placer de
descubrir la magia por sí mismos.
Pero, por lo que más quieran, no dejen pasar esta obra: se van a encontrar, nada más abrirla, con el profesor Moisés Abravanel, que está siendo objeto de una implacable cacería humana; y lo verán esconder su bloc de notas; y luego conocerán a los adolescentes Óscar y Abril; y verán cómo llega al pueblo Dante Oberon, que dice ser sobrino de Abravanel; y si alzan la vista descubrirán, entre la niebla, la isla de Xas, donde la superstición de los pueblerinos afirma que habitan presencias fantasmales; y se sorprenderán al descubrir entre la maleza a un extraño salvaje que dispara flechas con puntería diabólica; y se les cortará la respiración cuando vean avanzar por el horizonte a unos soldados romanos; y sentirán su pulso alterado cuando desciendan por unas escaleras excavadas hace medio siglo, que conducen hasta… No, no, por favor. Dejen de tirarme de la lengua. Ya les he dicho más de lo que debía. Olvídenlo todo y háganse con la obra. Les doy mi palabra de que me lo van a agradecer. Están tardando.
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