lunes, 21 de noviembre de 2022

Maestros y amigos

 


Me encuentro con el volumen Maestros y amigos, de Andrés Amorós (Fórcola, 2020), y descubro en él dos ríos caudalosos que me refrescan y me fascinan con la misma intensidad: de un lado, el escritor que recopila las semblanzas y recuerdos que atesora sobre un buen número de personajes (escritores, pintores, actores, toreros) con los que la vida ha tenido a bien relacionarlo; del otro, la mirada bondadosa sobre el prójimo, de la que quedan excluidas la maledicencia, la anécdota chusca o vergonzante, la ridiculización que siempre comporta el aireado de intimidades. Ambas pulsiones me seducen. La primera lo ha hecho siempre; la segunda, lo reconozco, solamente en los últimos años, cuando la edad me ha llevado a descubrir que el afecto, la ternura, la amistad, el respeto y la admiración pueden exhibirse con el mismo orgullo que la mala leche. Yo era umbraliano y, cerca de la jubilación, me siento bastante más amoroso (es decir, más decantado hacia Amorós).

Me ha emocionado la manera en que el crítico valenciano elabora sus retratos, tan hermosos desde el punto de vista literario como admirables desde el punto de vista humano. Si de algún personaje conoce sombras (y cómo no, tras años y hasta décadas de relación), las omite con caballerosa elegancia, porque lo que importa no es el escándalo, sino el dibujo íntimo; no la polémica, sino la divulgación de la grandeza. Alguien podrá pensar que este camino conduce directo hacia la frontera de la hagiografía, pero Andrés Amorós elude con la misma mesura la hipérbole, y se ciñe a hechos contrastados, a logros objetivos, a esplendores indiscutibles. Así, nos habla del respetuoso e infatigable historiador don Américo Castro; del gran actor (cómico y trágico) Alfredo Landa, que supo reinventarse a sí mismo gracias a la excelencia de su arte; del filólogo Rafael Lapesa, que impregnó con su elevada sabiduría los estudios sobre la lengua española y que tenía enmarcada en su despacho la frase “Dios bendiga a quien no me haga perder el tiempo”; del serio, versátil y minucioso José María Rodero, gloria de los escenarios; de la bonhomía constante de Miguel Delibes, que le hizo acreedor de unánimes simpatías; del vitalismo y la autenticidad de José Luis Sampedro; del torero Luis Miguel Dominguín, la “inteligencia natural más grande que yo he conocido, en toda mi vida, en cualquier ámbito”; o del premio Nobel Camilo José Cela, del que refiere una anécdota simpatiquísima: “Estábamos charlando una mañana, Camilo y yo, en la universidad de Salamanca, en una de esas reuniones a las que acuden montones de gente, cuando pasó a nuestro lado una joven y él me dijo, con toda seriedad: “¿Ha visto usted, Amorós, qué señorita tan guapa?”. No se le escapaba una, a Camilo José Cela. Desde hace años, esa señorita es mi mujer”.

Un libro sin duda admirable, para disfrutar y para aprender, del que sale con una sonrisa y con el alma limpia, llena de gratitudes, elogios y reconocimientos.

2 comentarios:

Andres Amoros dijo...

Muchas gracias por el comentario, tan generoso y sagaz. Agradezco que haya entendido tan bien mi propósito. Un saludo muy cordial Andrés Amorós

Andres Amoros dijo...

Muchísimas gracias gracias por el comentario, tan generoso como inteligente. Agradezco especialmente que haya comprendido tan bien mi propósito. Un saludo muy cordial Andrés Amorós