jueves, 3 de noviembre de 2022

Celia en los infiernos

 


Leo la pieza teatral Celia en los infiernos, de Benito Pérez Galdós, que nos cuenta la particular situación de una joven millonaria que, nada más acceder a la mayoría de edad, descubre que el sirviente al que ama (Germán) está en realidad unido sentimentalmente a otra sirvienta (Ester). Airada y dominada por la decepción, los expulsa de su casa. Pero unos meses después, recapacitando sobre su intransigencia, decide salir a buscarlos, consciente de que los ha arrojado a la pobreza más absoluta: quiere enmendar su yerro. Hasta ahí, todo bien. El problema sobreviene precisamente desde ese punto, porque el escritor canario, lejos de construir un drama creíble, carga demasiado las tintas en los lugares equivocados, convirtiendo a la “bienhechora social” en una figura esperpéntica llena de altanería y paternalismo y a los sirvientes expulsados en angelicales criaturas bondadosas, que todo lo perdonan y agradecen con humildad servil. Sirva un único ejemplo: cuando Celia (disfrazada de pobre) consigue llegar hasta Ester, ella la invita a comer de su cocido. Lejos de limitarse a dar las gracias, la señora marquesa pronuncia estas palabras: “Sí, muy a gusto me pongo a tu nivel. He bajado al infierno para ver de cerca las estrecheces de las clases inferiores. Soy en este momento una obrera humilde como tú”. Reléase el párrafo para comprender su clasismo nauseabundo (me pongo a tu nivel), para advertir su mirada maniquea (he bajado el infierno), para estremecerse con su pensamiento social (las clases inferiores) y para, en fin, abominar de su paternalismo displicente (soy en este momento una obrera humilde como tú). Es imposible que Galdós juzgase esas tres líneas como una muestra de bondad interior o de sinceridad cristiana. Pero es que tanto Germán como Ester, agradecidos por su bondadoso gesto, besan su mano mientras el resto de obreras de la fábrica lanzan el grito de “Viva la marquesa”… Leoncio, agitador social, le recuerda entonces a la joven Celia que no es la caridad, sino la justicia, la que resuelve los problemas de los pobres. Y ella decide adquirir la fábrica donde trabajan y establecer unos sueldos justos, vertebrar un sistema de pensiones para quienes se jubilen, etc. La gazmoñería con música de violines (que parece un final de comedia de Lope de Vega) es evidente. La virtuosa dama establece una única condición: que todos los obreros que estén enamorados y vivan en pareja se casen formalmente. No especifica (quizá sea un lapsus) si tienen que ir a misa los domingos, asistir a la procesión del Corpus y dar vivas al rey.

Una obra fallida, donde el “redentorismo” se tiñe de santurronería y melindres, bordeando peligrosamente los acantilados de la caricatura.

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