lunes, 14 de noviembre de 2022

La herencia de Eszter

 


¿Cuáles son los límites interiores de una persona que ha hecho de la mentira su forma de vivir? ¿Dónde están las fronteras, las barreras invisibles, que resultan imposibles de franquear? ¿Existen? Si no lo hacen, qué atrocidad vertiginosa. Y si lo hacen, ¿qué abismo insondable palpita al otro lado? Cuando abrí la primera página de la novela La herencia de Eszter, de Sándor Márai (que traduce Judit Xantus Szarvas para el sello Salamandra), estaba muy lejos de imaginar hasta qué punto su argumento iba a perturbarme. Ha resultado, de principio a fin (sobre todo en su tramo último), una lectura desasosegante, en la que notaba cómo mi corazón se aceleraba y cómo mi indignación crecía, enfadándome con Eszter y despreciando a Lajos, ese embustero profesional, ese farsante ventajista, ese encantador melifluo.

La historia nuclear es sencilla: hace veinte años, Lajos (quien afirmaba estar enamorado de Eszter, aunque se casó con su hermana Vilma) se quedó viudo; y, rodeado de deudas, acreedores y estafas, se fue para no volver nunca. Pero el caso es que, transcurridas las dos décadas, ha decidido regresar. Nadie sabe el motivo de ese retorno. Nadie sabe qué pretende. Nadie sabe qué impulsos puedan traerlo al lugar donde solamente dejó inquinas, fraudes y engaños. La expectación es inaudita, sobre todo en el alma de Eszter, que anhela el reencuentro a la vez que tiembla pensando en él. Así que, cuando el personaje finalmente ejecuta su teatral reaparición, los lectores nos quedamos con la boca abierta cuando nos enteramos del motivo de su vuelta. Y ese asombro crecerá hasta la incredulidad, hasta el sofoco, hasta la ira, cuando la propia Eszter explica cuáles son sus intenciones al respecto. ¿Cómo es posible que actúe de esa forma? ¿Acaso ha perdido el juicio?

Sándor Márai, habilidoso e implacable, nos muestra a la araña Lajos moviendo sus quelíceros y al insecto Eszter inmovilizado por sus invisibles hilos pegajosos. Y nos invita a asistir a un espectáculo en el que no podemos (aunque quisiéramos) intervenir. Desde esa posición paralizada debemos resignarnos a avanzar por las páginas, cada vez más tensos, cada vez más enfadados. Y el escritor sólo nos pide una cosa: que intentemos entender a Eszter, como la entiende Nunu. Que nos adentremos en su corazón y seamos capaces de admitir la coherencia, o la justicia, o la sensatez, o el sentido (resulta difícil elegir la palabra) de su decisión.

Un libro que te obliga a enajenarte, a dominar tu impaciencia y a poner entre paréntesis tus códigos morales.

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