domingo, 20 de noviembre de 2022

Peribáñez y el Comendador de Ocaña

 


Me gusta volver, con cierta periodicidad, a las obras de Lope de Vega, bien para releer las que ya conozco, bien para adentrarme en nuevas páginas suyas. Y lo cierto es que suelo salir fascinado con esa experiencia cíclica, porque el Fénix rara vez decepciona. Incurre, claro está, en repeticiones y en clichés de época (qué autor prolífico y enraizado en su tiempo no lo hace); pero entrega, como hermosa compensación, versos magníficos, situaciones deleitosas, sonrisas indelebles y el infrecuente perfume de la grandeza literaria.

En esta ocasión, he querido volver a un drama que leí en 1983 (eso apunté en un margen, con letras a lápiz ya casi borradas: desde 1985 adquirí la feliz costumbre de pasarme al rotulador rojo o bolígrafo) y que me vuelve a fascinar: Peribáñez y el comendador de Ocaña. Primero, Lope nos invita en sus páginas a que asistamos a la alegre boda de un villano; luego, a que advirtamos el modo turbio en que el comendador se prenda de la beldad de la joven esposa; después, a la artimaña de estirpe bíblica (recordemos la historia del rey David y su súbdito Urías) de alejar a Peribáñez de su morada, tras nombrarlo de forma abrupta capitán de una pequeña tropa; por fin, al retorno suspicaz del recién casado, que llega a tiempo de impedir la consumación del adulterio forzoso.

Dueño de unos recursos casi ilimitados para animar a sus criaturas escénicas, Lope consigue que atravesemos, al lado de sus protagonistas, sucesivos territorios emocionales: la felicidad, el recelo, la traición, la defensa a ultranza de la honra, la majestad del perdón, la ira, la benevolencia, el triunfo de la justicia… Y cada una de las estaciones de ese viaje se construye sobre la sonoridad de unos versos que Lope traslada al papel con insultante facilidad aparente: apenas se advierte en ellos esfuerzo (o el dramaturgo es, al menos, capaz de disimularlo con notable éxito), y los parlamentos se introducen por nuestros ojos y oídos como si el agua se deslizase por nuestra piel: con la misma gracia sencilla, con el mismo frescor impagable.

Gracias, Lope. Gracias, siempre. Volveremos a disfrutar de más tardes juntos.

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