La
joven y hermosa Margit tiene todo cuanto, desde el punto de vista material,
sería concebible: una hermosa mansión, sirvientes, ropas de lujo, un marido con
poder… Pero la realidad es que su alma permanece infeliz, porque consiguió
estas posesiones materiales después de que su gran amor, Gundmund Alfsön, se
fuese de Noruega. Ahora, con ocasión de una gran fiesta, Gundmund vuelve al
seno de la familia (es primo de Margit) y se le recibe con honores, pese a que
su condición de proscrito es notoria (las fuerzas del rey lo persiguen).
Y
estallan, con su retorno, violentas pasiones de todo signo: Margit arde de
rabia por su presencia, que le recuerda la amargura de su actual matrimonio;
Signa, la hermana, descubre que está enamorada (quizá siempre lo ha estado) del
joven y bravo Gundmund; Knut, que pretende la mano de Signa, convierte a
Gundmund en objeto de su ira; Bengt continúa presumiendo del poder que tiene
sobre su bella y encantadora mujercita… Y aparece en escena un diminuto frasco,
que contiene un poderoso veneno. Pronto, ese veneno estará en un vaso. Pronto,
se producirá una muerte. Y alguien decidirá recluirse para siempre en el
convento de santa Sunniva.
Mezclando tradiciones y canciones nórdicas con posibles influjos de William Shakespeare, el espléndido dramaturgo Henrik Ibsen nos entrega una pieza muy emotiva sobre los amores invisibles que se guardan en el corazón, sobre la ira como desencadenante de tragedias y sobre el carácter cambiante de todas las situaciones humanas. He tenido acceso a esta Fiesta en Solhaug gracias a la traducción de Else Wasteson para la editorial Aguilar.
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