miércoles, 23 de noviembre de 2022

Nuevos momentos estelares de la Humanidad

 


En el mundo de la literatura, si no dispones del don no es previsible que dejes huella. Puedes rimar con tino o ser un excelente medidor de sílabas, pero no eres poeta. Puedes disponer de un ingente vocabulario o ser un soberbio escultor de caracteres, pero no eres narrador. Hablamos de otra cosa: del duende, de la magia, del esplendor, del (vuelvo a escribirlo) don. Stefan Zweig disponía, creo, de ese atributo inasible, especial, único. Y lo demuestra en todos sus libros, haciendo que las palabras, la sintaxis y la estructura del texto se alíen para conformar volúmenes que, pareciendo paralelepípedos, son en realidad esferas: puras superficies inmaculadas, que brillan como gotas de rocío y se deslizan como seda por nuestros ojos, hasta invadirnos y empaparnos.

En Nuevos momentos estelares de la Humanidad (que traduce Alfredo Cahn para la colección Austral de Espasa-Calpe) nos encontramos otra vez con ese fulgor indesmayable, que irradia desde las cinco historias del tomo: vemos a Händel, atosigado por las deudas y malherido por las secuelas de una apoplejía, quien durante tres semanas prodigiosas compone El Mesías; vemos a Rouget de Lisle, el oscuro militar francés al que, por una noche (la que emplea en concebir La marsellesa), le es concedido “ser hermano de la inmortalidad”; vemos a Núñez de Balboa, quien se embarca en expediciones legendarias y casi suicidas, tras las cuales descubre para Europa el océano Pacífico; vemos a Mahomet II, disfrazado de cordero (“Cuando los déspotas preparan una guerra, hablan abundantemente de paz mientras no se han armado del todo”) y preparando la brutal toma y saqueo de Bizancio; vemos a Cyrus W. Field, el intrépido visionario que tuvo la idea de cablear el fondo del Atlántico para comunicar telegráficamente América con el Viejo Continente.

Y esas cinco narraciones, que en otras manos hubieran ofrecido un aspecto simplemente informativo, en Zweig se transforman en canto europeo, en himno sobre las proezas humanas, en Belleza. Sin duda, uno de los narradores más brillantes que ha dado la literatura en el siglo XX.

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