Están a nuestro alrededor y, la mayor parte de las veces, ni
nos fijamos en ellos. Son los personajes grises que nos circundan: el médico
que no puede evitar fijarse en los encantos dulcísimos de una joven paciente;
el chico que acaba de aprobar las oposiciones de juez y ya empieza a dudar de
las atribuciones de su cargo; el hombre que se muere de ganas de fumarse un
cigarrillo y sale a buscarlo donde sea y como sea; el niño que se ilusiona con
salir de san José en una procesión con el objetivo de estar cerca de la niña
que hace de Virgen María; una esposa infeliz que reúne los restos de su coraje
para abandonar a su marido y emprender una nueva vida; dos hermanos enamorados
de la misma mujer, que intentan hallar una solución sin que el odio los desmorone;
un hombre rico que, sin embargo, sigue añorando ciertos momentos de su pasado
menesteroso; el joven que es confundido con un delincuente, y detenido durante
unas horas por la policía; el chiquillo que busca desesperadamente la manera de
recuperar el prestigio perdido ante sus compañeros de pandilla…
Para estos personajes humildes, para estos peatones insignificantes, el portugués Miguel Torga tiene un gesto afectuoso, acogedor, envolvente, que los recorta en su paisaje y nos permite fijarnos con ellos, al rodearlos de la luz magnánima de la literatura. Y el resultado es Piedras labradas, un volumen delgado, delicado, de tenue belleza serena, que consigue conmover con la sencillez de su prosa y la imborrable humanidad de su mirada.
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