Recuerdo que, durante mi juventud universitaria, leí bastantes
obras del francés Jean-Paul Sartre, que me impresionaba mucho. Luego, con el
paso de los años, me di cuenta de que me gustaba más la literatura de Albert
Camus, preferencia que aún mantengo. Eso no me ha impedido revisitar la pieza
dramática Muertos sin sepultura,
donde me he vuelto a encontrar con varios miembros de la Resistencia, que han
sido encarcelados y que están sufriendo espantosas torturas para que confiesen
el nombre y el paradero de su jefe.
La obra constituye un extraordinario alegato sobre la firmeza
moral, el sentido de la justicia y el tejido del que está compuesto el interior
del ser humano, y te deja en el estómago un regusto desasosegante.
Ya no me parece un autor imprescindible, pero sigo reconociendo en sus páginas los destellos de una prosa eficaz y con momentos brillantes.
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