martes, 2 de febrero de 2021

La condesa Laurel

 


Podemos estar razonablemente de acuerdo en que existen varios tipos de textos teatrales, que nos sorprenden tanto por su forma como por su contenido. En unos se persigue experimentar, plantear al lector o al espectador diálogos e ideas que zarandeen su normalidad y sus resortes lógicos (pensemos en Ionesco, Arrabal o Beckett); en otros, se busca su indignación ante situaciones que perciba como inadmisibles (podríamos recordar muchos títulos de Olmo o Pinter); en otros, deslumbrar con la riqueza de su lirismo o, al menos, con el chisporroteo de su lenguaje; y en otros (el abanico resulta casi inabarcable) se pretende rescatar asuntos que, reformulados o contemplados desde otro ángulo, reciben una nueva luz.

Y hay también un teatro (siempre lo ha habido y quizá siempre lo habrá) para pasar el rato, dibujar algunas sonrisas, verter unas pocas lágrimas y distraer el ánimo. Nada más. Curiosamente, esta última variante suele ser vapuleada por un crecido número de críticos, que le adhieren etiquetas vejatorias por su "intrascendencia". No seré yo, desde luego, quien se sume a esa corriente despectiva. Admiro y aplaudo a los autores que, cogiendo la pluma, pretenden entretener mi tiempo con sus diálogos cotidianos, sus temas y sus personajes.

Joaquín Calvo Sotelo presenta en La condesa Laurel una de estas piezas, que tiene como protagonista a Paquita Naranjo, una viuda triple que, apenas recuperada de su tercera experiencia mortuoria, ya tiene en perspectiva la posibilidad de un cuarto matrimonio, con el seductor Íñigo. Su gran preocupación radica en que su último suegro no juzgue liviandad o prisa esta nueva aventura sentimental. Si lo hace es porque considera que los varones resultan imprescindibles para la mujer ("El hombre es un ser superior. Cuanto él dice o hace tiene un peso, una autoridad") y porque no puede permanecer sin uno al lado, al que siempre considera especial, otorgándole su amor y su protección ("Los hombres se dividen en tres grupos: los guapos, los feos y el que te gusta").

Calvo Sotelo, lejos de quedarse en una trama esquemática, complicará el asunto introduciendo decepciones, momentos de humor, nuevos pretendientes y otros adornos dramáticos, que convierten esta pieza en un texto agradable, distraído e intrascendente. Con todo el respeto que se merece (vuelvo a insistir) la intrascendencia.

Un aplauso por él.

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