Me leo las Cartas de
amor a Ofelia, de Fernando Pessoa, que traduce Ángel Crespo (Ediciones B).
Y la verdad es que, más que cartas, me han parecido un horario de autobuses:
constantemente está el escritor diciéndole a la chica que pasará por su calle a
tal hora o a tal otra (con una exactitud maniática); y que se asome a la
ventana para verlo. Es un detalle anecdótico, se me dirá, pero lo cierto es que
cuando se repite docenas de veces fatiga al más pintado.
He sabido en estas páginas de algunos dolores de cabeza del
portugués; he conocido su esperanza (trivial, pero sin duda humana) de ganar un
concurso de charadas (con el seudónimo de Mr. Crosse); me ha horripilado la
ridiculez balbuciente de la carta 24 (sí que es verdad que, repitiendo al
propio Pessoa, todas las cartas de amor son ridículas, pero es que algunas
ingresan de forma holgada en el esperpento); y también he alcanzado a
vislumbrar la poesía de la misiva 45… Pero en conjunto ha sido un libro más
bien decepcionante.
Subrayo en el tomo una frase: “Me gustaría darte un beso en la boca, con exactitud y golosina”.
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