Leo con estupor las Ideas
generales sobre el arte del teatro, del actor Julián Romea, que no tienen
más interés que el anecdótico, y aun éste resulta escaso. Ya desde el principio
chirría la petulancia del autor, que no tiene empacho en anotar en la página 6
que, observando la infinita bondad del público y sus constantes y fervorosos
aplausos, lo más normal es que esto indique que su talento interpretativo es
grande. Hay que joderse, morena. A continuación, dictamina que el teatro (y no
otra disciplina artística) es el “barómetro de la cultura de los pueblos”;
niega la posibilidad de que se enseñe a ser actor (porque a su entender es una
facultad innata); y rellena el resto de las hojas con un centón de vaciedades
intrascendentes, ninguna de las cuales merece apuntación ni memoria. Baste con
señalar que la frase más brillante e imaginativa del volumen es la que afirma
que “una sonrisa puede ella sola encerrar más dolor que el que arrastra consigo
un torrente de lágrimas”.
En fin.
Es peculiar que sus famosos veinte años de actor le inspirasen tan pocas y tan chatas reflexiones. Se ve que el caletre no le daba para más, al buen hombre.
1 comentario:
Menuda sorpresa descubrir que un actor como Romea que da nombre a teatros fuese un ser tan chato intelectualmente. Ya sólo por eso dan ganas de comprobarlo en vivo y en directo, ¿no te parece? (ja, ja...)
Saludos
Publicar un comentario