Por razones bastante lógicas y bastante comprensibles (su
padre ha muerto, su madre vive refugiada en los recuerdos, la situación
económica de la familia ronda la precariedad y han debido trasladarse a una
vivienda de la periferia), Laura lleva unos meses solazándose en la
autocompasión: cree que el nuevo barrio en el que viven es indigno, rehúsa
relacionarse con los vecinos o los compañeros del instituto y vive obsesionada
con la idea de buscar un trabajo y abandonar ese entorno por uno más adecuado.
Pero todos esos “problemas” quedarán en un segundo plano cuando conozca a
Tomás, un chico con coleta y perennes gafas de sol, con el que vivirá una
anonadante aventura llena de sorpresas y peligros: jóvenes marginales que
desaparecen de forma misteriosa, una extraña secta que se hace llamar Los
Hermanos del Cenobio, unas hojas donde se anota el grupo sanguíneo de las
personas desaparecidas, un demoníaco personaje al que todos conocen como El
Maestro, disparos en medio de la noche, furgonetas que circulan sin luces, un
loco que baraja personalidades múltiples, un divertido culo de mal asiento que
desea ser conocido con el nombre de Capitán Trotamundos, una mansión aislada en
un lugar casi inaccesible, un multimillonario que carece de escrúpulos… Y
controlando todos esos destinos (y dibujando sus perfiles y sus devenires) se
encuentra César Mallorquí, el gran mago, que consigue convertir la historia en
un imán irresistible, por el que los lectores (limadura obediente) nos dejamos
atraer.
El resultado es una narración magnífica, en la que realidad y
fantasía se abrazan y se van cediendo el protagonismo de forma alterna para
mantenernos hechizados.
César Mallorquí siempre convence.
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