Tenía pocos
años cuando vi en televisión la serie “Pippi Calzaslargas” y algunos más
cuando, encontrada la obra en una feria del libro usado, me hice con ella y la
leí. Ahora he recuperado ambas sensaciones placenteras leyendo la obra para mis
hijos pequeños, a razón de un capítulo cada noche, antes de dormir. Sus risas
me han permitido recordar las mías y han refrescado la sensación de encontrarme
ante un personaje que me fascinó en mi infancia, cuando aún no sabía que podía
ser leído en clave feminista (¿qué era eso?) o en clave freudiana (¿qué era
eso?).
Pippi (o,
para ser más formal, Pippilota Viktualia Rullgardina Krusmynta), hija del
capitán Efraín Calzaslargas, con sus trenzas pelirrojas, sus pecas infinitas,
su mono en el hombro (el Señor Nelson), su caballo inseparable y su maletín
lleno de monedas de oro, es capaz de convertir en asombrosa aventura cualquier
día y cualquier tarea: esparcir azúcar por el suelo, para caminar con los pies
descalzos y sentir el crujidito; caminar hacia atrás, porque se niega al
convencionalismo de hacerlo como el resto de los mortales; lograr que un
policía la persiga, mientras trepa por árboles y tejados; pelearse con un toro
y arrancarle los cuernos para seguir jugando con él sin peligro; protagonizar
una sesión de circo en la que vuelve locos a todos (la trapecista, el forzudo,
el director), antes de volver a casa tan tranquila; sorprender a los dos
ladrones que han entrado de noche en su hogar para robar y obligarlos a bailar
la polca; invertir algunas de sus valiosas monedas de oro en comprar treinta y
seis kilos de dulces, para repartir entre los niños del barrio; desconcertar a
un farmacéutico, al que compra un buen número de medicinas, que luego mezcla y
utiliza para abrillantar los muebles; o zarandear por los aires a un carretero,
quien ha cometido la avilantez de maltratar a su pobre caballo.
Todo un
mundo divertido, fascinante y libérrimo, que salió de la mente de Astrid
Lindgren y que ahora, traducido por Blanca Ríos y Eulalia Boada, se puede
conseguir en un solo tomo que publica el sello Blackie Books. Léanlo en voz
altas por las noches, con la quebradiza y carraspeante excusa de hacerlo para
sus hijos. Volverán a la infancia.
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