domingo, 26 de julio de 2020

Mujeres de ojos grandes




La tía Leonor se casó con el notario Palacios, pero pronto comenzó a añorar a su primo Sergio, del que estuvo enamorada en la adolescencia, consciente de que “hay menos tiempo que vida”. La tía Elena volvió con su padre, en plena noche y subidos en una carreta, para recuperar las botellas de vino que quedaron en la bodega de su casa tras ser requisada por los revolucionarios. La tía Charo mintió para defender a un sacerdote llegado a Puebla, al que las malas lenguas atribuían un origen republicano español. La tía Valeria tuvo un felicísimo matrimonio, porque cada día imaginaba que su esposo era otro hombre, fascinante y mágico. La tía Fernanda soportó los rutinarios millones de tareas domésticas (incluidos hijos y marido) gracias un delicado amante. La tía Chila abandonó a su esposo y se volvió fuerte desde aquel día en que él intentó maltratarla. La tía Clemencia era dueña de una fogosidad sexual libre, alegre y ecuménica. La tía Magdalena le fue infiel a su marido, pero éste la perdonó y siguieron siendo felices. La tía Jacinta, al morir su hermana Marcela por un cáncer de pecho, cuidó de los hijos de ambas y heredó sus sueños. La tía Mónica “hubiera querido tocar el piano como Chopin y que alguien como Chopin la tocara como si fuera un piano”.
Ángeles Mastretta nos ofrece en esta obra (que apenas he resumido en el párrafo anterior: es mucho más rica y fascinante) un abanico de mujeres que, situadas ante las encrucijadas que les iba colocando delante la vida, tomaron decisiones; de mujeres que, en momentos difíciles, olvidaron las muletas varoniles y se arremangaron para luchar; de mujeres que se erigieron en aurigas de sus propios destinos y que, aferrando el látigo con una firmeza inesperada, pusieron al galope los caballos del presente, sin permitir que nada ni nadie les arrebatase ese control. Mujeres fuertes. Mujeres decididas. Mujeres que conocieron “a los encendidos corazones que les tomarían la vida y el vientre para llenárselos con sus apellidos”, pero que muchas veces sintieron que el cuerpo les vibraba por otro hombre, de una forma incontenible. Mujeres que fueron instruidas en “el patético carácter de irreversible que tiene el pacto conyugal”. Mujeres que vivieron o que, al menos, intentaron vivir. Mujeres que fueron creando la Historia y el futuro.
Un hermoso libro.

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