Hay
libros que, tras la relectura, nos defraudan. Hay libros que, tras la
relectura, nos descubren ángulos o matices que no apreciamos en la primera
aproximación. Y hay libros, muy pocos en realidad, que nos emocionan de la
misma forma que lo hicieron durante su primer abordaje. Acabo de descubrir que El beso de la mujer araña, en el que me sumergí
pensando que estaría en el segundo grupo, se encuentra de lleno en el tercero.
Nada más que por ese detalle, creo que podría ser interesante volver a los libros
de Manuel Puig, que tengo demasiado tiempo sin refrescar.
No
insistiré en el argumento de la obra, porque el paso del tiempo y su adaptación
cinematográfica lo popularizaron: un preso por motivos morales (Luis Alberto
Molina) y un preso por motivos políticos (Valentín Arregui) comparten celda en
la época de la dictadura militar argentina. Y para distraer las horas que han
de permanecer juntos, el primero le cuenta películas al segundo. Apenas más. El
gran prodigio es que, con tan escasos elementos (y desarrollados en un ambiente
claustrofóbico), nos vamos adentrando con delicadeza en el alma de los dos
personajes, descubrimos su forma de pensar, sus sentimientos, sus ilusiones,
sus miedos, sus grandezas y sus miserias. Con un pulso narrativo digno de un gran
maestro, Manuel Puig consigue una novela redonda, imborrable, que te hace
tragar saliva o te pone los ojos llenos de lágrimas cada vez que el autor se lo
propone.
Una gran
reflexión sobre la dignidad del ser humano. Un alegato por la libertad y la tolerancia.
Un canto a la amistad limpia, por encima de diferencias. Un jovial monumento al
cine en blanco y negro. Pero, sobre todo, una novela de brillo y de belleza
indesmayables, que el tiempo no erosiona.
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