En cierta
ocasión, hace muchos, muchos años, una mujer llamada Ana María Villanueva tuvo
la ocurrencia de comprar en un mercado un singular anillo con una rosa de
plata. Le hubiera resultado imposible imaginar que, décadas después, una hija
suya llamada Soledad terminaría escribiendo una novela inspirada en esa imagen.
Y lo hace
instalándonos en la Bretaña del rey Arturo y sus caballeros, donde se ha
producido un hecho lamentable: la celosa Morgana (hermana de Arturo y con gran
fama como hechicera), viendo que siete doncellas se han atrevido a mirar a su
amado, ordena encarcelarlas hasta que siete caballeros dispuestos a morir en la
demanda acudan a su castillo para someterse a difíciles pruebas. Desde ese punto,
la narración de Soledad Puértolas se dedica a contarnos las siete aventuras de
liberación, salpicadas de pasadizos secretos, enanos de noble espíritu, damas
tan bellas como virtuosas, hechizos sorprendentes y bosques enigmáticos. Como
es obvio, no puede faltar en la marmita el ingrediente más memorable de todos:
los amores escindidos que la reina Ginebra experimenta por su esposo Arturo (al
que ha admirado desde la niñez y con cuya compañía se siente plena) y por el
noble Lanzarote del Lago (por quien no puede evitar sentir atracción). Quizá la
delicada manera en que Puértolas analiza el corazón de los tres constituya, a
la postre, lo más intenso de la novela.
Nos
encontramos ante un volumen de distraída amenidad, que nos retrotrae a las
historias mágicas de la infancia y que se lee con sumo agrado. Muy adecuado
para mantener activos los resortes de la fantasía.
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