martes, 21 de julio de 2020

Los versos del capitán




He aquí un libro hermoso que, releído en la madurez, acrecienta su hermosura. Es mi impresión. Lo devoré con veinte años y me embriagó (aquellas imágenes, aquellas adjetivaciones, aquellos juegos sonoros, aquellos encabalgamientos espléndidos); ahora, con cincuenta y cuatro, le descubro la misma pasión interna, pero le añado la valoración estilística que, en mi juventud, sólo me llegó como alboroto y cascada, como fogonazo y trueno. Creo que Los versos del capitán es una obra trascendente e imperecedera (iba a escribir “inmortal”, y no me atrevo: es demasiado pronto para establecer ese juicio), porque ha sabido traducir la espontaneidad de los sentimientos y codificarla con un lenguaje lírico que cualquier lector puede sentir como suyo. No como emanado de sí (porque reconoce la excelencia del poeta y admite que lo supera en sus mecanismos verbales), pero sí como suyo en un plano emocional, cordial, íntimo: “esto” es lo que yo sentí en el puro instante del enamoramiento y “éstas” (ojalá) habrían sido las palabras mejores para decirlo.
Juvenil y maduro a la vez, el poemario nos muestra a un autor que busca en la amada a la pareja sexual, a la hermana, a la madre, a la amiga, a la compañera (sangres coordinadas, corazones simétricos, almas siamesas) y que es capaz de celebrarla con versos de una trabajadísima naturalidad, de un burbujeante fulgor. “La reina”, “Tu risa” o “El tigre” alcanzan un admirable nivel de belleza, que Pablo Neruda mezcla con nítidas remembranzas del Canto general (“Las vidas”) y con exploraciones telúricas (que a veces sorprenden por su simplicidad, pero que en otras ocasiones asombran por su elaboración).
Un volumen que provocará asombro y aplauso en todo tipo de públicos durante generaciones, porque el amor no pasa de moda. Y la mejor poesía amorosa, tampoco. Pablo Neruda fue, sin duda, un gigante en ese ámbito.

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