Marcus
Kidder es un anciano de porte distinguido: alto, elegante, rico y famoso.
Dispone de una casa señorial, engalanada con obras de arte y maderas nobles. Lo
asisten en su vida diaria un chófer y un ama de llaves. Así que cuando se
acerca en el parque hasta la joven Katya Spivak, de dieciséis años, que trabaja
como niñera lejos de su hogar, toda su labia, su educación y su riqueza parecen
envolver a la muchacha en un halo de perplejidad, donde se mezclan la atracción
y la repulsa. Por un lado, ella parece consciente de que el señor Kidder es un
viejo verde, un asqueroso que pretende seducirla o conseguir sus favores
sexuales (a pesar del medio siglo de distancia que los separa); por el otro, no
puede evitar sentir una gran fascinación por sus modales, por su exquisitez,
por su halo paternal. Ese juego peligroso de aproximaciones y rechazos
continuará cuando ella acceda a posar como modelo para el señor Kidder, que es escritor
y pintor: entra en su casa e incluso cobra por su trabajo, pero se alejará
enfurecida cuando él le muestre unas prendas de lencería con las que pretende
que se cubra.
Buena
parte de la fascinación lectora que genera Una hermosa doncella, de
Joyce Carol Oates, que leo en la traducción de María Luisa Rodríguez Tapia,
reside en ese balanceo inquietante de acercamientos y desdenes, donde se
mezclan la curiosidad, el coqueteo, el poder, la sumisión y la hipnosis. Pero
la autora, que es sumamente hábil, no juega con cartas maniqueas, presentándonos
a una joven candorosa y meliflua, que terminará cayendo en las garras del
buitre poderoso. Ni mucho menos: Katya fuma cristal de metanfetamina, cuenta
con avaricia los billetes que Kidder le entrega pudorosamente doblados, expele
unas palabrotas que hacen temblar el Tabernáculo y engaña deliberadamente a
cuantas personas necesita para lograr sus propósitos. Pero es que, además, en
un momento turbio de venganza (que generará una situación sofocante y violenta
en el tramo final de la obra), telefonea a su peligroso exnovio Roy,
explicándole que el señor Kidder la ha drogado y posiblemente haya abusado de
ella.
Turbulenta, incómoda y lírica, esta novela de Joyce Carol Oates deja mal sabor de boca (argumentalmente) y espléndido sabor de boca (literariamente).

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