Una
hora le dedico (el tomo es breve) a la obra poética Ars moriendi, de
Manuel Machado, que se me brinda en la edición anotada por Pablo del Barco para
el sello Cátedra. Y vuelvo a encontrarme con el vate ligero, juguetón y
superficial que ya conocía por volúmenes anteriores: “Ligero”, porque sus
composiciones vuelan y se posan en los ojos como pequeñas plumas; “juguetón”,
porque a pesar de la seriedad de los temas tratados me parece evidente que el
sevillano se divierte con la elección de las rimas y los ritmos; y
“superficial” porque sospecho que Manuel no cobijaba la voluntad de mostrarse
solemne o grave. Y es que incluso cuando se disfraza de hiperbólico o
apocalíptico no puede evitar que el zigzagueo de los versos lo traicione (“El
cuerpo joven, pero el alma helada, / sé que voy a morir, porque no amo / ya
nada”). La música, no se me negará, delata su espíritu festivo. La manzanilla
no es absenta.
Hermosos me han resultado los poemas “Morir, dormir…”, el primer soneto de la serie Rosas de Otoño y los tercetos que rematan la composición “Ocaso” (“Para mi pobre cuerpo dolorido, / para mi triste alma lacerada, / para mi yerto corazón herido, / para mi amarga vida fatigada… / ¡el mar amado, el mar apetecido, / el mar, el mar y no pensar en nada!”). Un delicado manojo de versos para terminar el año con una poesía, quizá, demasiado olvidada.

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