Leer
las páginas de Chelo Sierra produce una sensación parecida a contemplar el
fluir elegante y lleno de susurros de un riachuelo (si la broma me fuera
disculpada, hablaría de un riaChelo): todo parece tan sencillo, tan natural,
tan hermoso, que no concebimos que pueda ser de otra manera; y llegamos a
perder la noción del tiempo, enfrascados en el éxtasis de su historia. Ignoro
si la consecución de ese estilo ha comportado para la escritora madrileña un
trabajo ímprobo o si ha brotado de forma espontánea. Tampoco se lo quiero
preguntar, porque valoro mucho el secreto de cada artista. Pero desde el
lado de acá, desde el lado de quien desliza sus ojos por las líneas, la
absorción es absoluta, y eso es lo que finalmente cuenta.
Quien
decida comprobarlo adentrándose en las páginas de El único animal se
encontrará con la intemperancia de unos huéspedes exigentes, que conduce a los
dueños de un hotel a tomar decisiones (“El ruido de los pájaros al caer”); con
la performance animalista de dos jóvenes que trabajan en una
multinacional (“Crema antiarrugas”); con el triste espectáculo de un negocio
decadente, relacionado con el mundo de los caballos (“Rezar por rezar”); con la
intimidante construcción que se está erigiendo en una zona céntrica de la
ciudad (“El proyecto Elisabeth”); con la oleada (o el oleaje) de peces muertos
que aparecen, por miles, en una playa turística (“Demasiadas veces”); con la
atinada mezcla de humor y ecología que traspasa un relato sorprendente
(“Kamikazes”); con los meticulosos preparativos que urde un anciano que vive
solo ante la visita semanal de su hija (“Verticales 3”); con los inconvenientes
que suponen para los dueños de un perro sus días de descanso en un hotel,
resueltos en amargura final (“Pet friendly”); o con un magnífico cuento
inverso, donde se reflexiona sobre los misterios (o las miasmas) del arte y del
espíritu humano (“Rebobinando a Hirst (versión libre)”).
Hay más, por supuesto. Mucho más. Muchísimo más. El talento sólido e incuestionable de Chelo Sierra se extiende por los canales venecianos de la ironía, de la hondura psicológica o de la reflexión existencial; y lo hace con una fermosa cobertura literaria de primera magnitud. Léanla, por Dios santo y bendito. Y se harán, como yo, cofrades de su prosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario