jueves, 4 de diciembre de 2025

El peso exacto de los días

 


Llevo desde el año 2017 leyendo a Pilar Galán. Y cada día que pasa me alegro más de haber tenido la fortuna de dar con sus libros. Ahora, acabo de terminar su última entrega, que lleva por título El peso exacto de los días y que es (que vuelve a ser) una auténtica maravilla, que nos habla de mil historias y emociones: la tristeza de tirar los zapatos de la madre fallecida (“El orden natural de todas las cosas”); homenajes a Quevedo (“Cuernos y barraganas”, “Polvo enamorado”); pequeños relatos de amor y escalofrío (“Programa de ropa blanca”); deliciosas variantes del humor (agrio, tierno, macabro), como las contenidas en la serie “Amor de madre”; homéricas hipérboles ferroviarias (“Y su maleta de cartón”); la tierna preciosidad de “Padres adoptivos III”; esa sonriente delicia que bautiza como “Nombres”. Y, en fin (para no serles pesado, como diría mi madre), un gran número de guiños culturales: la mitología clásica (Eurídice, Minos, Cíclope, las Parcas), Velázquez, Homero, Stephen King, la Biblia…

Otros libros de microrrelatos pueden leerse de un tirón, sonriendo o cabeceando ante cada propuesta (lo sé porque he leído unos pocos), pero considero que los contenidos en El peso exacto de los días ganan mucho si se leen de forma espaciada. A mí, tras una primera lectura tradicional, me funcionó muy bien otro método para la segunda, que realicé con cinco días de diferencia: leer un texto en voz alta, cerrar el volumen en silencio, quedarme pensando durante unos minutos y después, otra vez en silencio, pasar al siguiente. Si todo buen libro de microrrelatos es una explosión de creatividad, que se dispara en cien direcciones y que nos regala cien historias diferentes, El peso exacto de los días lleva esa explosión a alturas de excelencia.

Un libro inagotablemente valioso, que puede ser abierto por cualquier página y emitir luz. Si me permiten una debilidad personal, acudan a la página 133 y lean “A veces hago cosas”. O, si lo prefieren, empiecen el tomo por el final, recorriendo las líneas inmejorables de “Primos de Francia”. Luego me cuentan.

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