domingo, 21 de diciembre de 2025

Mi planta de naranja lima

 


Hay libros (pocos, muy pocos) que, una vez leídos, me dejan con un escalofrío bajando por mi espalda y con la humedad subrayando mis ojos. Pero me adelanto a aclarar que no se trata de folletines lacrimógenos, sino de obras muy bien escritas, de honda humanidad, sin asomo de gazmoñería o de burdas concesiones a la lagrimita fácil. He vuelto a experimentar esa sensación, después de varios años, con Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos, que he podido leer gracias a la traducción de Carlos Manzano para Libros del Asteroide. En esta novela se nos cuenta la historia de un niño muy pobre y muy cabra loca, Zezé, que no deja de realizar travesuras por todo su barrio porque, según nos dice, se encuentra bajo la influencia del Niño Diablo. Eso no impide que sea un chico tierno, dulce y cariñoso, que soporta con paciencia los golpes que le propinan todos (el padre, porque se encuentra sin empleo; sus hermanos, por considerarlo un rabo de lagartija; los vecinos, para ver si lo enderezan). Huérfano de afecto, el pequeño Zezé dispone solamente de tres asideros emocionales: su maestra, doña Cecília Paim, que lo juzga un espíritu noble; el portugués Manuel Valadares, que tiene el coche más bonito del pueblo y que se convierte en su mejor amigo; y su pequeño arbolito de naranja lima, con el que habla cuando están a solas.

El niño, que de mayor sueña con ser “poeta y sabio” (p.33), protagoniza algunas escenas conmovedoras: cuando lleva a su hermanito Luís a una entrega de regalos caritativos navideños, pero al llegar descubren que el reparto ha terminado (“¿Por qué no me quiere el Niño Jesús?”, p.48); cuando, avergonzado por haber dicho en voz alta que es muy triste tener un padre pobre, sale a limpiar zapatos para comprarle cigarrillos; o cuando roba todos los días una flor para regalársela a la profesora y que su jarrón de clase luzca más hermoso. Son tres momentos que entresaco del amplio ramillete que ofrece el libro.

Y, por favor, no me pidan que les cuente más. Sería un sacrilegio arrebatarles la alegría de descubrir esta novela por sí mismos. Les aseguro que puede resultar una de las experiencias más bellas y conmovedoras que hayan sentido en los últimos años.

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