Todos
los seres humanos hemos sufrido, antes o después, pocas o muchas veces, la
pérdida de alguien amado, de alguien que nos acompañó con su luz y que ahora,
de forma abrupta, deja de estar. Puede ser un padre, una madre, un hijo, una
pareja, incluso un animal fidelísimo. Y todos los seres humanos sabemos que, en
esas situaciones desgarradoras, se impone un período de duelo, de lágrimas, de
desorientación, de vacío. Massimo Recalcati, en su ensayo La luz de las
estrellas muertas, que Carlos Gumpert traduce para el sello Anagrama, nos
explica de un modo pausado, reflexivo y documentado (los nombres de Lacan,
Freud, Jung o Heidegger afloran en un gran número de páginas de este libro) que
ese desierto emocional es un tiempo imprescindible desde el punto de vista
psíquico: puesto que no hay camino de vuelta, porque lo ido nunca retorna, es
básico afrontar ese “trabajo del duelo” para distanciarse de la cronificación.
Eso requiere memoria, como es lógico, pero también dolor psíquico, porque
recordamos para atesorar (por un lado) y para olvidar (por el otro).
Todos
los matices y posibilidades son analizados: la persona que niega la pérdida y
se obstina en mantener una euforia estruendosa, como demostración de vigor y de
insensibilidad; la persona que se instala en el pozo de la soledad y rechaza toda
posible luz, porque lo considera una traición hacia el ser que ha quedado
atrás; la persona que, mediante la idealización hiperbólica, anula
ficticiamente las sombras de quien ha muerto… Recalcati, que en su consulta y
en sus lecturas ha conocido un abrumador número de variantes, disecciona cada
una de ellas para mostrarnos sus aciertos y sus yerros, sus bondades y sus
peligros. Si usted padece en la actualidad el dolor de una pérdida así,
seguramente descubrirá en estos análisis uno que se corresponde con su
situación emocional; y es probable que le sirva para entender y aliviar los
vientos fríos que soplan en su corazón.
“Nuestra vida terminará sin duda alguna en los brazos de la muerte, pero ninguno de nosotros puede saber cuándo. Por eso, el acontecimiento de la muerte es cierto e incierto al mismo tiempo”, nos recuerda el ensayista en la página 21. No creo que sea necesario añadir nada más.
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