miércoles, 12 de marzo de 2025

La luz de las estrellas muertas

 


Todos los seres humanos hemos sufrido, antes o después, pocas o muchas veces, la pérdida de alguien amado, de alguien que nos acompañó con su luz y que ahora, de forma abrupta, deja de estar. Puede ser un padre, una madre, un hijo, una pareja, incluso un animal fidelísimo. Y todos los seres humanos sabemos que, en esas situaciones desgarradoras, se impone un período de duelo, de lágrimas, de desorientación, de vacío. Massimo Recalcati, en su ensayo La luz de las estrellas muertas, que Carlos Gumpert traduce para el sello Anagrama, nos explica de un modo pausado, reflexivo y documentado (los nombres de Lacan, Freud, Jung o Heidegger afloran en un gran número de páginas de este libro) que ese desierto emocional es un tiempo imprescindible desde el punto de vista psíquico: puesto que no hay camino de vuelta, porque lo ido nunca retorna, es básico afrontar ese “trabajo del duelo” para distanciarse de la cronificación. Eso requiere memoria, como es lógico, pero también dolor psíquico, porque recordamos para atesorar (por un lado) y para olvidar (por el otro).

Todos los matices y posibilidades son analizados: la persona que niega la pérdida y se obstina en mantener una euforia estruendosa, como demostración de vigor y de insensibilidad; la persona que se instala en el pozo de la soledad y rechaza toda posible luz, porque lo considera una traición hacia el ser que ha quedado atrás; la persona que, mediante la idealización hiperbólica, anula ficticiamente las sombras de quien ha muerto… Recalcati, que en su consulta y en sus lecturas ha conocido un abrumador número de variantes, disecciona cada una de ellas para mostrarnos sus aciertos y sus yerros, sus bondades y sus peligros. Si usted padece en la actualidad el dolor de una pérdida así, seguramente descubrirá en estos análisis uno que se corresponde con su situación emocional; y es probable que le sirva para entender y aliviar los vientos fríos que soplan en su corazón.

“Nuestra vida terminará sin duda alguna en los brazos de la muerte, pero ninguno de nosotros puede saber cuándo. Por eso, el acontecimiento de la muerte es cierto e incierto al mismo tiempo”, nos recuerda el ensayista en la página 21. No creo que sea necesario añadir nada más.

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