jueves, 20 de marzo de 2025

Esta espera que lo envenena todo



Reconozco que últimamente atraen mucho mi atención aquellos libros de cuentos en los que, lejos de percibir propuestas independientes, advierto conexiones entre unas y otras. Y la explicación es muy sencilla: creo que unen de manera muy interesante las bondades del relato y las de la novela, erigiéndose en híbrido seductor que reproduce la médula esencial de la vida: estamos rodeados de todo tipo de historias, que se unen, confluyen o divergen de mil modos distintos. Cómo no admirar un anillo de oro sobre el que se engastan varias piedras preciosas.

Ocurre así en el último volumen de la barcelonesa Maite Núñez, que pone ante nuestros ojos una docena de narraciones con un denominador común: la espera, que muchas veces no es sino la antecámara del dolor. Madres que aguardan con angustia el diagnóstico (que no parece halagüeño) de su hijo; ancianas con alzheimer que exhalan su último suspiro en un geriátrico, sin ningún tipo de compañía familiar o amistosa; adolescentes que descubren la existencia de una posible amante de su padre; parejas que se erosionan ante la imposibilidad de concebir; hombres de mediana edad que buscan en una prostituta lo que su mujer (enferma de gravedad) ya no puede concederles; periodistas deportivos que salen a recorrer la ciudad buscando farolillos para la fiesta de cumpleaños de un hijo que, quizá, ya no cumpla ninguno más; ancianos que adquieren el día de san Valentín, y luego guardan en un cajón, una joya para la esposa que los abandonó hace años; albornoces que se quedan colgando, vacíos, en cuartos de baños donde el silencio araña; vendedores fraudulentos; mujeres que vacían su tristeza en los oídos de un amante desdeñoso… El abanico de soledades y desgarros que padecen estos personajes es tan amplio como conmovedor. Y leyendo sus historias resulta imposible no acongojarse, porque la autora las consigna de una forma magistral, logrando un difícil equilibrio entre tristeza y literatura.

Francisco Umbral tituló uno de sus libros, quizá lo recuerden, con el mismo rótulo que ya había usado anteriormente Paul Éluard: Capital del dolor. A partir de ahora, la capital del dolor es San Cayetano, por obra y gracia de Maite Núñez.

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