Partiendo
de un oxímoron muy significativo (en la línea del Seguro azar de Pedro
Salinas), Francisco Javier Illán Vivas nos entrega en Dulce amargor un
poemario muy personal e íntimo, donde, utilizando poemas breves y versos de
arte menor (aunque también se atreve con un soneto sonriente y nada rígido,
titulado “La cortina”), nos comunica la temperatura de su alma en relación con
el paisaje, con el paso del tiempo y, sobre todo, con la pasión amorosa. Un
poeta que ha alcanzado la plenitud para sentirse “vivo, maduro, entero”, que
habita “en un mundo roto y desgarrado” y que explora “en el acantilado / de los
recuerdos / perdidos” nos invita a reflexionar sobre el avance de los relojes,
sobre la finitud o sobre los otoños pretéritos. Pero, fundamentalmente, nos
dibuja la pasión que siente por su amada, a la que nos describe con extasiadas pupilas
y con la sólida certidumbre de “que en el amor / hay otras vísceras / además
del corazón” y que, al margen de los primores externos que esa figura femenina
depara existen también otras perfecciones, que la convivencia ha hecho aflorar
(“En el fondo de tu espejo / hay una vida / que vivirla quiero, / hay una risa
/ que reírla quiero, / hay un amor / que amarlo quiero”).
Podría
seguirles hablando de estos versos, para que entendieran y aplaudieran el
mensaje de Francisco Javier Illán Vivas, pero se me ocurre una idea mejor: les
voy a transcribir un poema del libro. Solamente uno. Será bastante, ya verán.
Su título, tan nerudiano, es “Tu risa”, y dice así:
“Leve,
rápida,
como
la niebla alborada,
como
el aire en junio,
como
despertar
entre
besos nevados,
así
es tu risa:
limpia,
blanca
y viajera,
dulce,
alegre
y liviana.
Son
las doce de una noche
lluviosa,
octubrada
sabadosmente
y
mis labios
echan
de menos
tu
risa nacarada”.
¿A que se les ha despertado el interés por leer la obra? Pues la tienen, junto al resto de la poesía del autor, en el reciente volumen Poesía completa, editado por Ediciones Irreverentes.
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