He
escuchado mucho sobre Haruki Murakami (declaraciones, opiniones sobre la
idoneidad o inconveniencia de concederle el premio Nobel de Literatura, etc),
pero reconozco haber leído muy poco de su obra. La razón no hay que buscarla en
otro sitio que en el azar y en el misterio: hay autores que me provocan enorme
interés y autores que, por la misma inexistente razón objetiva, no me atraen (o
no lo hacen de forma inmediata). Haruki Murakami siempre se ha encontrado en la
segunda zona. Por lo que sea (insisto: soy incapaz de explicar objetivamente la
causa), he ido demorando y demorando cualquier aproximación a sus libros, salvo
un leve conato en el año 2013, que no me animó a seguir explorando (tengo que
ser sincero) más obras suyas inmediatamente (https://rubencastillo.blogspot.com/2013/04/despues-del-terremoto.html).
Y
ahora, por un impulso igual de inexplicable, he dedicado unos días a leerme las
páginas de su novela Tokio blues (Norwegian Wood), que me ha parecido
fascinante. Me han impresionado todos sus personajes (Toru Watanabe, Naoko,
Midori, Reiko, incluso los laterales Nagasawa o Kizuki); me ha dejado absorto
con el lirismo tenue de sus diálogos; me ha convencido con la forma en que ha
ido desarrollando la historia (analepsis y prolepsis muy bien conducidas); y
tanto sus secuencias reflexivas como las sexuales son, en mi opinión, para
quitarse el sombrero. Es decir, que la considero una espléndida novela.
(Además, como admirador absoluto de los Beatles, qué voy a decir de un libro
que los incluye).
Una
curiosidad: si se acercan hasta la página 328 verán que allí la vida es
comparada con una caja de galletas, en la que nunca sabes lo que te va a tocar
(quizá recuerden esa frase de la película “Forrest Gump”, que se estrenó siete
años después de la publicación de la novela).
El modo en que Murakami nos conduce por los pasillos mentales de algunos de sus protagonistas es prodigioso y, aunque no compartas sus formas de pensar o de afrontar los problemas, porque se apartan de tus propias concepciones sobre la vida, los entiendes: eres capaz de comprender los dolores, las lágrimas, las traiciones, las peleas, las borracheras, los suicidios. Solamente un excelente pintor y un excelente director de orquesta puede conseguir que florezcan esos colores, esos sonidos, en el corazón de los lectores. Murakami, ahora comienzo a darme cuenta, es ambas cosas: un gran pintor y un gran director de orquesta. Quizá me aproxime pronto a otra de sus obras: no me extrañaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario