Ha
habido muchas frases que me han impresionado en mi vida, como es natural. Pero
recuerdo especialmente una, que leí en un libro de Fernando Fernán-Gómez
(aunque ignoro si la autoría le pertenece): que el final de la guerra civil de
1936 no trajo la paz, sino la Victoria. Es decir, la complacencia fanfarrona,
la venganza, la prepotencia, la humillación, la altanería, el desdén, el odio.
Imaginar a tantas víctimas durmiendo retorcidas en las cunetas o en los campos
silenciosos de Víznar produce dolor, pero aún es más amargo imaginarse a
quienes tuvieron que agachar la cabeza, dejar que los raparan, que les negaran
trabajos, que les exigieran sumisiones constantes o que se les señalara con gesto
agrio, durante más tiempo del que el sentido común o la compasión dictaban.
En
esa derrota larguísima viven las mujeres de la familia Vega, que salieron de
Castrollano en octubre de 1937 y que ahora, concluidos los años brutales y
atroces de la guerra, vuelven a la que fue su casa para intentar reconstruir lo
que queda de sus vidas. Simbólicamente, lo primero que presencian es una larga
procesión, que se está celebrando para devolver al pueblo a la Virgen de la
Lluvia, patrona del lugar. La escena marcará el tono de lo que pueden esperar
en Castrollano: religiosidad recuperada o impostada, miradas devotas e
iracundas a la vez, mucho color negro en las ropas y una atmósfera de rechazo
que demuestra que nadie está dispuesto a darles la bienvenida, porque conocen
su pasado republicano y no desean que se las relacione con nadie decente.
Han
pasado una larga serie de calvarios, que han tenido que apurar ellas solas, sin
apoyo de nadie: María Luisa, para conseguir que su marido fuera trasladado
hasta la prisión de Castrollano, tuvo que realizar tristes y humillantes
concesiones sexuales al baboso director de la cárcel donde se encontraba. Nunca
se lo contó a su marido. Nunca se arrepintió de hacerlo. Alegría sufrió el
maltrato de su esposo, acrecentado cuando le dio una hija, en lugar del varón que
él esperaba. Tuvo que volver a la casa familiar para que no la siguiera
maltratando. Él terminó muriendo, cirrótico, en un hospital. Merceditas es una
niña aún, pero ya oye cómo sus amigos hablan de “rojos” y de “fusilar” para
referirse a ellos, los vencidos. Feda se enamoró de un señorito de buena
familia, llamado Simón, que ahora es un triunfador franquista que vive en
Madrid y que le escribe diciéndole que rehaga su vida, como él está haciendo. Y
que se aleje de su familia roja y que empiece a ir a misa. Margarita huyó por
temor a las represalias o el fusilamiento, porque era notoria su conducta
izquierdista. ¿Será necesario seguir aportando detalles sobre la devastación
que las corroe por dentro?
La
ciudad a la que han vuelto es un prontuario de “cuerpos baldados del trabajo,
cuerpos mustios de desamor, cuerpos exhaustos del hambre, cuerpos mutilados por
las armas, cuerpos ateridos del frío, cuerpos mancillados en la prostitución,
pobres, tristes cuerpos de los tristes y pobres seres derrotados que, pese a
todo, anhelan vivir”. Y ellas también desean vivir, reconstruirse, preparar un
futuro para la niña que las acompaña. Por todos lados topan con el rechazo
(incluso las personas que suponían amigos les exigen un imposible certificado
de adhesión al Movimiento Nacional para darles un trabajo misérrimo), pero
también aparece de forma esporádica alguna luz, como la encarnada en el honrado
monárquico don Plácido Bonet, que auxilia todo lo que puede a las mujeres de la
familia Vega (pese a tener ideas distintas a las suyas).
El
estraperlo, los rencores, la miseria, las venganzas, la muerte, el hambre, los
cascotes, el frío continuo, las chabolas levantadas con restos de casas
bombardeadas o las miradas llenas de acrimonia son convocados por la brillante Ángeles
Caso en esta novela, que me ha recordado desde el principio el movimiento de
las olas, que avanzan hacia la arena, la besan y luego se retiran. Una y otra
vez. Incansables. Con su rumor de agua y sal. Así, con ese ritmo lento y
continuo, los lectores vamos recibiendo detalles sobre los protagonistas, hasta
conformar un óleo lleno de angustias, esperanzas, decepciones y ternuras.
En los ojos de todos los derrotados puede observarse “un largo silencio que habrá de cubrir sin piedad esas vidas a las que les han sido robados el pasado y la esperanza”. Siempre ha sido así y conviene no olvidarlo.
1 comentario:
Me pareció un libro bello, una historia triste y un modo de narrar ágil. No es una obra maestra, pero tampoco un entretenimiento banal.
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