Quizá
haya un cierto número de lectores que se acercarán a este libro porque en él se
habla (lo pregona la contraportada) de perros. Y no es mentira, ciertamente.
Hay perros aplastados en un derrumbamiento, perros que sufren una triste muerte
accidental, perros abandonados, perros envenenados, perros que ladran y
muerden, perros perdidos entre la niebla. Pero, en realidad, Marc Colell no
está hablándonos aquí de perros, sino de algo más. De mucho más. Nos habla de
la condición humana, de los laberintos y de las ciénagas que palpitan en
nuestro interior, de las abundantes torpezas y de los raros esplendores de este
bípedo sin plumas que desde hace unos milenios se pasea por el planeta. Por
eso, estamos ante un libro tan especial, tan inteligente, tan lleno de magia, tan
sólido.
Todas
las historias, todos los relatos del tomo atraen, desde luego, con el
magnetismo de su poder verbal, pero esconden casi siempre (y me parece que ahí
reside su máximo valor) una interpretación simbólica, en la que se espera la
participación de la persona que está leyendo, que ha de dar “otra vuelta de
tuerca”, por decirlo al modo de Henry James o de Juan Carlos Onetti. Ilustremos
con un solo ejemplo, que nos servirá para comprender la idea: la madre que no
puede bajarse con tranquilidad de la cama, porque su pequeña perra Sarita le
ladra, da vueltas amenazantes a su alrededor y, si pese a todo decide bajar las
piernas, muerde sus tobillos con saña. Cuando el animal por fin muere, la dueña
se apresura a adquirir uno de similares características. ¿Creen ustedes de
verdad que estamos ante una sencilla historia de perrita agresiva o, por el
contrario, perciben algo más? Hagan la prueba de leer la historia con otra
clave: por ejemplo, como una metáfora del maltrato doméstico. No es la única
opción, desde luego. Tampoco lo es en otros relatos, que igualmente se abren a
profundidades tremendas, donde la palpitación del estómago te lleva a pensar
que el habilidoso Marc Colell ha escondido en sus líneas (o ha dejado que se
esconda) un modo otro de entender la historia, una interpretación
paralela, complementaria o iluminadora.
Por eso, les ruego que realicen dos acciones; la primera, evidente, que lean cuanto antes El bozal; la segunda, que lo lean despacio. Muy despacio, a ser posible. Cuando nos enfrentamos a un libro inteligente las prisas son malas consejeras. Y esta obra es muy inteligente, se lo aseguro: lo descubrirán desde las primeras páginas. Ah, y un detalle más, que no quiero que se me olvide: considero que, al modo bíblico (Juan 2:10), el autor nos ha reservado el mejor vino para el final. Los relatos “Risa tonta” y “Al mar” son auténticamente antológicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario