Lo
explica de forma muy gráfica Ángel Montiel en la introducción del libro:
gracias a una anónima y hermosa mujer de Totana (que le debía un favor gordo) el
periodista tuvo acceso al teléfono de Juan Carlos I y, después de un tira y
afloja con él, logró que el antiguo monarca se comprometiera a irle enviando
ideas y borradores para que, con esa falsilla, Bernar Freiría compusiera estas
páginas que, por motivos diplomáticos, se harían circular como espurias,
atribuyendo su autoría al escritor gallego. El resultado es este Diario
apócrifo del rey emérito, que publica ahora M.A.R. Editor.
En
su interior encontramos las opiniones del exrey (que sigue hablando de sí mismo
como Rey, con mayúscula) sobre diferentes políticos a los que ha tratado
(Felipe González, Adolfo Suárez, Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero);
sobre algunas mujeres que han salpimentado su existencia (como Corinna Larsen);
sobre su antiguo yerno Iñaki Urdangarin, al que sitúa en el origen de todos los
problemas con la prensa, por su desafortunada actuación en el caso Noos, su
divorcio de Cristina y sus paseos descerebrados con otra mujer antes de que la
ruptura fuera oficial; o sobre el patético Jaime de Marichalar, “vestido como
una mona de titiritero”. Pero también (que no lo pierda nadie de vista,
creyendo que se encuentran ante una obra “jocosa”) está la seriedad con la que
el exrey recuerda multitud de detalles sobre el entorno político que lo rodeó
desde la niñez hasta la senectud: Franco y su astuta esposa, Arias Navarro, las
delicadas relaciones con la cúpula militar, la legalización del Partido
Comunista como parte del proceso que condujese a una democracia moderna, la
actual reina de España (“La agria Letizia”), el presidente Aznar (“Aznar no es
que se pusiera, es que era chulo”) o el comisario Villarejo (“Menuda lengua
tiene el cabrón”). El resultado global es un libro ameno, profusamente
documentado, lleno de detalles jugosos o inquietantes, que se lee con singular
fluidez.
De todos modos, que nadie se deje engañar cuando lea la introducción de Ángel Montiel. Una noche de alcohol y confidencias me permitió sonsacarle que, bajo la broma, se estaba diciendo la verdad: el mérito de la obra es del emérito, que enviaba todos los días su pequeña hoja, en la que solamente era necesario maquillar un poco los errores ortográficos. La magnitud de la realidad es tan aparatosa que los lectores preferirán sin duda admitir la broma de Montiel. Pero algunos conocemos la verdad. La conocemos realmente.
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