martes, 12 de marzo de 2019

Cuadernos norteamericanos




Nathaniel Hawthorne tuvo, durante los sesenta años que vivió (1804-1864), tiempo de sobra para escribir volúmenes de narraciones cortas (Cuentos dos veces contados), novelas inmortales e incluso adaptadas con éxito al cine (La letra escarlata), historias para niños (La silla del abuelo) y hasta una biografía (Vida de Franklin Pierce). Posiblemente, la educación calvinista que recibió y la pronta orfandad de padre (Nathaniel contaba cuatro años cuando se quedó sin él) lo convirtieron en una persona reconcentrada, solitaria, que sólo halló la felicidad en su familia (su esposa Sophia y sus hijos Una, Julian y Rose) y en sus labores literarias. Pero quizá lo que más llama la atención de su obra no son estrictamente los libros que escribió, sino las abundantes colecciones de “semillas” que recopiló en sus cuadernos: una serie de apuntes donde esbozaba una idea, un argumento, un propósito narrativo, para desarrollarlos después.
En esa línea se inscriben estos Cuadernos norteamericanos, que el sello Belacqva publicó hace unos años con un excelente estudio previo de Eduardo Berti, en el que nos dice que estamos ante unos reveladores apuntes “repletos de invenciones a destiempo” (p.24), y donde pueden descubrirse intuiciones que ahora podemos leer, desarrolladas por otros autores. “Un cuento donde el personaje principal siempre parece a punto de entrar en escena. Sin embargo, jamás lo hace”, anota en la página 140, anticipándose al célebre Esperando a Godot, de Beckett. “Una moneda de oro es considerada como una suerte de talismán”, escribe en la página 121, presagiando el zahir borgiano.
Estos apuntes rozan muchos territorios, lo que convierte la lectura en un auténtico placer: Nathaniel Hawthorne propone relatos con delimitación espacial curiosa (“Desarrollar un cuento o una escena dentro del círculo de luz de una farola callejera”, p.40); o se aproxima a los temblorosos terrenos que bordean la metafísica (“Al despertar nos alegramos a menudo porque así escapamos de un mal sueño. Tal vez ocurra lo mismo con el instante que sigue a la muerte”, p.57); o nos desliza un argumento que podría servir para una novela esotérica o para un cuento amargamente irónico (“Unos paseantes encienden un fuego sobre el monte Ararat con los vestigios del Arca”, p.100); o simplemente apunta una posibilidad, tan inquietante como nebulosa (“Una carta, escrita hace un siglo o más aún, pero que nunca fue abierta”, p.65).
Estamos, pues, ante el baúl rico y esplendoroso de un creador al que las invenciones le brotaban tumultuosamente, y que se veía obligado a consignarlas de forma sinóptica, con fidelidad notarial, para recordarlas más adelante. Quizá su objetivo era convertirlas luego en relatos, novelas o historias infantiles. Quizá lo que pretendía es que las convirtiésemos nosotros. En todo caso, Cuadernos norteamericanos constituye una oportunidad espléndida para escuchar los argumentos embrionarios de Nathaniel Hawthorne, uno de los escritores más notorios y fértiles de su tiempo.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Guardo cariño a este libro porque me trae buenos recuerdos de épocas universitarias y sobre todo del Catedrático que me descubrió el maravilloso mundo de la escritura 😥 me emociono y todo.

Besitos 💋💋💋