Tiene
Manuel Moyano un magnífico cuento que se titula “El espíritu del griego”, donde
concibió un anonadante argumento: el comediógrafo Aristófanes, desde el más
allá, decide dictarle a un médium casi analfabeto una comedia inédita suya, que
se murió con las ganas de llevar al papel. De ese momento consigue que la
muerte no sea un frenazo a su producción literaria, sino una simple anécdota
que el poder de la mente consigue solventar.
Viene
todo esto a colación por el libro que el escritor Juan Tudela (Mula, 1965) dio
a la imprenta en 2007 con el título de Leyendas,
poesías y reparandorias y que da la impresión de obedecer (y les puedo
asegurar que no anida la burla en mis palabras) a dictados parecidos. Por
voluntad propia y soberana, el tono verbal que utiliza es, muchas veces, el de
un clásico castellano, trazando jeribeques con la frase, barroquizando la
expresión hasta hacerla ingresar en el manierismo, escogiendo su léxico en el
baúl de lo más añejo y sonoro, y decantándose, en fin, por expresiones arcaizantes
donde brilla no escasa ironía y donde luce con inigualable fuerza el poder de
los pastiches bien ejecutados.
Otra cosa
son, obviamente, los temas de Juan Tudela. Ahí sí que marca la distancia con
los clásicos castellanos, y donde ingresa en el más gozoso caudal de lo
terruñero (palabra que convendría esgrimir con orgullo, como él hace, y no con
la pátina de sarcasmo y chanza que normalmente se le atribuye al término). Juan
Tudela se refugia en lo conocido y cercano, en los campos de Mula, en las calles
transitadas por sus ancestros, en las viejas anécdotas que sus padres y amigos
le han llevado hasta el oído, en los episodios jocosos o apesadumbrados que la
tradición local ha ido manteniendo en la acogedora memoria colectiva. El
escritor se convierte en este caso en el portavoz (literaria y
etimológicamente) de sus coterráneos, en la persona que les presta el auxilio
verbal de la inmortalidad para que los sucedidos memorables no se hundan en la
ciénaga del olvido. El escritor no es sólo la fantasía y la esperanza de la
tribu (es decir, su proyección hacia el futuro), sino también la memoria de esa
misma tribu. Y Juan Tudela, que sabe de fantasías, de esperanzas y de pasados,
asume ese reto con la humildad y con la grandeza de los artistas auténticos. “Hablad
por mis palabras y mi sangre”, les pedía Pablo Neruda a los habitantes de Machu
Picchu en su Canto general. Y algo
parecido les susurra Juan Tudela a los muleños.
Un libro
delicado, irónico, lleno de sabidurías y anécdotas, donde se aboga por el amor
a las tradiciones y donde asistimos al despliegue de una literatura magnífica.
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