lunes, 11 de marzo de 2019

Leyendas, poesías y reparandorias




Tiene Manuel Moyano un magnífico cuento que se titula “El espíritu del griego”, donde concibió un anonadante argumento: el comediógrafo Aristófanes, desde el más allá, decide dictarle a un médium casi analfabeto una comedia inédita suya, que se murió con las ganas de llevar al papel. De ese momento consigue que la muerte no sea un frenazo a su producción literaria, sino una simple anécdota que el poder de la mente consigue solventar.
Viene todo esto a colación por el libro que el escritor Juan Tudela (Mula, 1965) dio a la imprenta en 2007 con el título de Leyendas, poesías y reparandorias y que da la impresión de obedecer (y les puedo asegurar que no anida la burla en mis palabras) a dictados parecidos. Por voluntad propia y soberana, el tono verbal que utiliza es, muchas veces, el de un clásico castellano, trazando jeribeques con la frase, barroquizando la expresión hasta hacerla ingresar en el manierismo, escogiendo su léxico en el baúl de lo más añejo y sonoro, y decantándose, en fin, por expresiones arcaizantes donde brilla no escasa ironía y donde luce con inigualable fuerza el poder de los pastiches bien ejecutados.
Otra cosa son, obviamente, los temas de Juan Tudela. Ahí sí que marca la distancia con los clásicos castellanos, y donde ingresa en el más gozoso caudal de lo terruñero (palabra que convendría esgrimir con orgullo, como él hace, y no con la pátina de sarcasmo y chanza que normalmente se le atribuye al término). Juan Tudela se refugia en lo conocido y cercano, en los campos de Mula, en las calles transitadas por sus ancestros, en las viejas anécdotas que sus padres y amigos le han llevado hasta el oído, en los episodios jocosos o apesadumbrados que la tradición local ha ido manteniendo en la acogedora memoria colectiva. El escritor se convierte en este caso en el portavoz (literaria y etimológicamente) de sus coterráneos, en la persona que les presta el auxilio verbal de la inmortalidad para que los sucedidos memorables no se hundan en la ciénaga del olvido. El escritor no es sólo la fantasía y la esperanza de la tribu (es decir, su proyección hacia el futuro), sino también la memoria de esa misma tribu. Y Juan Tudela, que sabe de fantasías, de esperanzas y de pasados, asume ese reto con la humildad y con la grandeza de los artistas auténticos. “Hablad por mis palabras y mi sangre”, les pedía Pablo Neruda a los habitantes de Machu Picchu en su Canto general. Y algo parecido les susurra Juan Tudela a los muleños.
Un libro delicado, irónico, lleno de sabidurías y anécdotas, donde se aboga por el amor a las tradiciones y donde asistimos al despliegue de una literatura magnífica.

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